El Cristo ciego (3): Relatos de fe

La narración de El Cristo ciego se estructura sobre los alrededores desérticos de La Pampa del Tamarugal, en el norte grande chileno. Mediante constantes movimientos panorámicos, Christopher Murray expone a lo largo del filme la precariedad material, el acentuado carácter rural y la hostilidad del medio como la locación específica donde acaecen los hechos. Si bien el largometraje dista de ser un mero vehículo de denuncia social, el contemplativo lente del director permite visualizar cómo esta árida tierra se convierte en terreno fértil para la comisión de violaciones, agresiones y abusos entre los mismos habitantes. Lo anterior ocurre siempre, por cierto, bajo el amparo de alguna bandera chilena que estoicamente se mantiene anclada a este suelo, operando como símbolo ambivalente de identidad y abandono nacional.

Son, precisamente, las dificultades aparejadas a la vida dentro de este paisaje natural y socialmente fracturado las que llevan a los personajes a solicitar -o a lo menos querer presenciar- actos sobrenaturales, hechos sanadores que van más allá de las capacidades humanas, lo que ellos mismos denominan “milagros”. Así, grupos heterogéneos buscan en Michael (Michael Silva, el único actor profesional del film) la respuesta a problemas que abarcan un abanico diverso de realidades humanas, desde los sufrimientos propios de la vejez hasta las dificultades económicas que atraviesa un negocio familiar.

Dentro de estos encuentros entre el cristo chileno y sus seguidores la cámara se vuelca a encuadrar la interacción entre las manos de los personajes. Manos de niños, palmas de viejos drogadictos y dedos de mujeres abandonadas buscan su propia salvación en el contacto con la piel bendita de dios. A pesar de que al nivel del espectador se intente identificar la diferencia entre las manos divinas y las mundanas, la verdad es que no existe una diferencia sustancial: ambas son fenomenológicamente indistinguibles. Dicha obsesión por las manos, recuerda de paso aquel cine paramétrico lleno de planos detalles que Robert Bresson construyó en Pickpocket (1959).

Durante el largometraje Michael deambula descalzo por los exteriores del desierto, en una peregrinación caracterizada por la polarización que provoca su figura dentro de la población, siendo apoyado y ovacionado por algunos sectores, como también maltratado y castigado por sus detractores. Frente al cuestionamiento de los incrédulos sobre la verosimilitud de sus poderes milagrosos, Michael recurre al relato de parábolas como retórica para evadir los ataques e insertarse en el marco de una historia que excede al presente de los personajes. Así, el protagonista a través de relatos orales -la forma de comunicación por excelencia ante la ignorancia o ausencia de medios escritos- narra historias propias y ajenas, mezclando vivencias personales con ficciones de rasgos divinos.

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El relato hablado enmarcado dentro una narración cinematográfica corresponde a un ejercicio ya desarrollado anteriormente por Murray en el largometraje Manuel de Ribera (2009), en donde los personajes también acuden a este recurso retórico para enfrentar la cotidianidad o dotar de mística algún evento en particular. Bajo esta figura, la imagen del pasado con la cual se busca darle coherencia al presente solo resulta accesible para el espectador, recayendo en la imaginación de los oyentes la configuración de estos sucesos que bordean lo terrenal y lo sagrado.

De esta manera Michael, para defender su carácter divino, construye verdaderos metarrelatos de fe, en donde las parábolas no solo son una forma de salvar las dudas mundanas por medio de una fusión entre lo real y lo divino, sino que también constituye una expresión de la propia propuesta cinematográfica del director: ficción y no ficción se mezclan deliberadamente, dando rienda suelta al despliegue de personajes reales que actúan de sí mismos junto a actores profesionales que interpretan un rol protagónico. El resultado es un híbrido que, definitivamente, se encuentra más cercana a la esfera de lo real que de lo mítico.

Sebastián Galleguillos

Nota comentarista: 9/10

Título Original: El Cristo Ciego. Dirección: Christopher Murray. Guión: Christopher Murray. Fotografía: Inti Briones. Montaje: Andrea Chignoli. Música: Alexander Zekke. Reparto: Michael Silva, Bastián Inostroza, Ana María Henríquez, Mauricio Pinto, Pedro Godoy. País: Chile. Año: 2016. Duración: 85 min.