La Sospecha (Prisoners, Denis Villeneuve, 2013)

Del director canadiense Denis Villeneuve, ya conocido por Incendies (2010), llega Prisioners (2013), una suerte de thriller que trata sobre las repercusiones que tiene la desaparición de Anna y Joy, dos niñas raptadas el día de acción gracias. A partir de este hecho la película utiliza la premisa narrativa: – “¿hasta dónde pueden (podemos) llegar los hombres en situaciones límites?”. Es así como Villenueve está abierto a diversas líneas narrativas a partir de un mismo hecho, y sin emitir juicio de valor nos muestra las diferentes opciones que toman los personajes. Los padres de ambas niñas, vecinos y amigos en un comienzo del relato, reaccionan de distinta manera ante la pérdida de sus hijas, lo que a su vez los hará distanciarse y cuestionar qué clase de amigo/vecino creían tener.

El padre de Anna (Hugh Jackman), es un ferviente religioso que cree sentirse preparado para cualquier eventualidad donde deba proteger su familia. Motivado por esto, y por la puesta en libertad por falta de pruebas del principal sospechoso (Paul Dano), el padre de la niña rapta al presunto culpable y lo tortura para obtener algún tipo de información. Sin importar mucho si el joven es responsable o no, la película interpela al público logrando que nos cuestionemos si nosotros hubiéramos hecho lo mismo en los pantalones del padre. La violencia que adquiere Jackman es tal, que nos recuerda la fatídica mezcla que suele darse cuando un seudo fanático religioso es violento. Para este personaje no importan los métodos sádicos, sino obtener aunque sea la mínima pista para salvar a su hija. Su mujer (Maria Bello), no es capaz de percibir lo que hace su esposo, demasiadas pastillas para dormir la mantienen lo suficientemente atontada para no enfrentar la realidad.

Los padres de Joy son representantes de la postura cómoda, de la política del silencio: ambos saben y desprecian lo que hace su vecino pero no lo detienen, ya que en algún minuto puede ser útil. Es este silencio el que una vez más nos habla del límite y la presión; el que calla otorga y ellos que han visto el grado de violencia con que es tratado al personaje de Dano, permiten que eso se mantenga. Así se convierten en cómplices pasivos que militan a dos bandos esperando lo que dice la policía y lo que pueda arrojar una sesión de tortura. Al final del día todo sirve para encontrar a su hija y eso los tranquiliza.

Ahora bien, a pesar que en momentos la película cae en la sobreabundancia de elementos, giros y posibles sospechosos, el thriller de Villenueve es envolvente, y por lo general mantiene al espectador concentrado, expectante y en un constante ejercicio reflexivo. La fotografía se vuelve crucial: la oscuridad de la cámara se mezcla con la lluvia y los árboles, el frío de aquellos días es transmitido de manera precisa para dar paso a un medio ambiente que en nada favorece a los personajes. Asimismo, la narración se articula desde una situación tipo que se vuelve siniestra. El barrio habitual, el hogar, las relaciones cotidianas, se ven transformadas e invadidas por la sospecha y la posición extrema a la que llegan sus personajes. Construcción y transformación de un espacio ordinario que se torna peligroso, angustiante.

Sin embargo, a ratos el film necesita definir mejor su punto de vista: el personaje protagónico transita entre el policía que lleva a cargo la investigación (Jake Gyllenhaal) y el padre de Anna sin tomar un punto de vista claro. Si bien, esto puede justificarse en la intención de no tomar partido por algún personaje – lo que también ayuda a potenciar el juego de falso culpable – esta indefinición conlleva inevitablemente a ciertas escenas que alargan innecesariamente el film.

A pesar de lo anterior, y de sus no fáciles 153 minutos de duración, el thriller de Villanueve es más. La premisa narrativa y el juego de crueldad que establece con sus personajes crea un film con un universo sugerente, donde el “ser prisionero” se vuelve una condición transversal en la mayoría de sus personajes, a los que el director encarcela para que develen lo más profundo (y peor) de su ser. Y aunque cada uno sea libre de optar por una manera de sobrellevar estas situaciones, las circunstancias son tan determinantes que la única forma de sortearlas con éxito es el tránsito de víctima a victimario.

María Luisa Furche