Los oportunistas: Divinidades de autoayuda

Paolo Genovese tuvo su primer estreno en Chile el año pasado con su película Perfectos desconocidos (2016), en ella exploraba las posibilidades dramáticas que ofrecía una premisa vieja con un elemento innovador, en este caso una cena de amigos que deciden darle un giro a la instancia poniendo sus celulares en el centro de la mesa y que cada mensaje o llamada entrante fuese develada al resto del público, lo que básicamente genera que toda la película esté centrada en lo que pasa dentro de los celulares y lo que pueden o no esconder sus propietarios. El hecho de que la película transcurriera en un mismo escenario limitaba las potencialidades dramáticas de los sucesos que allí acaecían, lo que era solventado por Genovese con la utilización de recursos narrativos a partir de los celulares. En Perfectos desconocidos este ejercicio, si bien tedioso y poco imaginativo, lograba mantener el ritmo hilvanando una conclusión exagerada pero coherente.

Con Los oportunistas (en inglés, The Place), Genovese repite la fórmula del espacio cerrado, toda la película transcurre en un restaurant llamado The Place. En este lugar un personaje sin nombre se sienta todos los días en la misma mesa esperando a personas que acuden a él buscando la solución a un problema. El mecanismo es simple, cada vez que alguien comunica un problema él abre un libro grueso y revisa -o hace como- lo que esta persona debe hacer para lograr lo que anhela. Por ejemplo, un hombre quiere acostarse con una modelo y él dicta que debe proteger a una niña de un asesinato; o un padre quiere salvar a su hijo de una enfermedad y para ello debe matar a otra niña; un ciego quiere recuperar la vista y el reto es que viole a una mujer. Todos los personajes están envueltos en esta relación utilitaria con el protagonista, la cual es la premisa base de todo lo que después ocurrirá.

La película juega en todo momento a esconder y edulcorar la potencial dimensión divina del protagonista, que combina la figura del sacerdote confesor con el poder del dios que juzga si se entra o no al “cielo”. Las personas van buscando la solución a un problema en apariencia imposible, algo así como lo que sucedía con Los Simuladores (la serie de Damián Szifron), solo que en vez de planificar un método para solucionar el problema a la usanza de esa serie argentina, la película recurre a un libro, algo así como la Biblia del protagonista, donde él escribe como si fuese un terapeuta todo lo que sus adeptos relatan, encontrando en ese mismo libro la acción que debe proponerles ejecutar para que ellos puedan alcanzar a satisfacer su necesidad. Si en Perfectos desconocidos el artefacto que hacía que la película avanzara eran los celulares, acá es este libro que nunca podemos leer, es decir, el dispositivo está a la vista todo el tiempo, sabemos que siempre será la fuente de ritmo o giro de la película, pero Genovese aún así intenta imprimir un halo de misterio sobre él. Por lo que, mientras para la realidad intrafílmica el libro es un misterio, para el espectador se vuelve un objeto tramposo, la encarnación del antojo del guión por catalizar momentos intensos de drama a partir de la generación espontánea.

El recurso del tipo que escucha desde el otro lado de la mesa, que con el silencio entrega al resto la posibilidad del libre discurso (se resalta hasta el cansancio la capacidad del protagonista de escuchar y no juzgar a quien tiene enfrente), fue explorado satisfactoriamente por Andrei Konchalovski en Paraíso (2016), donde el juego de la divinidad se hace fuera de campo, generando a través de las formas una mejor aproximación de la posibilidad de que estemos en efecto en presencia de una instancia con ribetes metafísicos. Pero en Los oportunistas el encuadre impide completar la posible experiencia divina por poner constantemente en relieve el diálogo o la escucha, aunque desde un protagonista que se asume divino, lo que en definitiva agota rápidamente el recurso, generando que el ritmo se vuelva tedioso.

the place

Junto a lo anterior, a pesar de que Genovese, como ya se señaló, había explorado previamente el uso de un espacio cerrado como leitmotiv, aquí el espacio termina asfixiando completamente las posibilidades que el mismo guión intenta abrir durante toda la película a través del misterio que rodea al protagonista y su libro. El lugar donde todo sucede no tiene nada que ofrecer al film, ya que no es importante para el argumento; podría ser una biblioteca, un bar, una junta de vecinos, y el efecto sería el mismo. Y es válido preguntarse si Genovese, habiendo hecho ya dos películas utilizando solo una locación como escenario, no ha visto películas que han empleado esta fórmula satisfactoriamente: La ventana indiscreta (1954) o La soga (1948) de Hitchcock; 12 Angry Men (1957) de Sidney Lumet; Locke (2013) de Steven Knight y un diverso etcétera. En ellas el espacio es un protagonista más de la historia, moldea sus características, la conducta de los personajes, el ánimo de la narración; algo que, a pesar del intento que hace Genovese de maquillar al restaurant con algún atractivo, es incapaz de lograr.

Caso aparte es la trama secundaria de amor que se abre entre el protagonista y una mesera, amplificada con música que bordea la incidentalidad antojadiza de la industria pornográfica, donde la única motivación del personaje femenino es el misterio que hace supuestamente atractivo al protagonista, mientras él actúa de indiferente frente a sus insinuaciones. Si ya la película decía a gritos que no tenía los recursos narrativos suficientes para hacer de una premisa tan acotada algo llamativo, con la hebra romántica abierta con el personaje femenino comienza a agonizar lentamente.

Las distribuidoras vendieron esta película como una “sumamente inteligente” o como un tratado sobre la existencia humana y sus matices, o incluso como una gran exploración de la relación del ser humano con lo divino, pero no es ninguna de esas cosas, termina siendo una película agotadora, fatigante, con exceso de pompa y poquísimas cosas que rescatar.

 

Miguel Ángel Gutiérrez

Nota del comentarista: 2/10

Título original: The Place. Dirección: Paolo Genovese. Guión: Paolo Genovese, Isabella Aguilar. Fotografía: Fabrizio Lucci. Música: Maurizio Filardo. Reparto: Valerio Mastandrea, Marco Giallini, Alessandro Borghi, Silvio Muccino, Alba Rohrwacher, Vittoria Puccini, Sabrina Ferilli, Silvia D'Amico, Rocco Papaleo, Giulia Lazzarini, Vinicio Marchioni. País: Italia. Año: 2017. Duración: 105 min.