Carta desde Valdivia (3): The Dirties, Fiesta Falsa, Cine centrífugo, Albert Serra #ficvaldivia

The Dirties, el primer largo del canadiense Matthew Johnson -y parte de la competencia internacional- comienza como una burla escolar y concluye helando la sangre. Con un formato de docureality el filme se organiza como el registro de dos estudiantes en el intento de filmar un corto sobre el bullying que ambos sufren en el interior de su escuela. Más que el proceso de registro en sí -con la debida cuota de distanciamiento que ese formato permite- lo más notable del filme es la manera casi de contrabando con que lentamente hace ingresar al espectador al interior de una conciencia herida y destructiva de su protagonista, interpretado por el mismo Matthew Johnson. Ese solo elemento hace que la película trascienda con bastante ventaja a su idea inicial de reflexividad, a sus múltiples referencias a la cultura audiovisual de masas como fuente y referencias (en ese sentido los créditos finales del filme son inolvidables) y con mucho también a otras cintas sobre matanzas escolares, comenzando por Elephant, de Gus Van Sant.

El estímulo inicial del filme de las 12:00 se opacó con la primera cinta de la competencia nacional exhibida ese día. Fiesta Falsa, de debutante Daniel Peralta es, incluso antes que una mala película, una cinta de principiante. No es que eso salve particularmente el juicio sobre el filme, pero sí explica en buena medida lo defectuoso de su realización. La cinta aborda la rutinaria existencia de Álvaro, un profesor que enseña comunicación de mala gana y, por razones ocultas su vida le incomoda al nivel del desgano y en ese fastidio tiende a cortar ataduras con sus parejas y amigos. A partir de una estética que parece haber absorbido demasiado de Se Arrienda y Velódromo, el registro social de Peralta es el de un malestar existencial sin contexto (ni ideológico ni mucho menos estético) problema mayor en tanto su personaje se define mejor por aquello que detesta que por lo que suscribe.

Con ese punto de partida dramático, Fiesta Falsa carece de una idea clara de puesta en escena -a menos que por ello se entienda filmar diálogos con una cámara fija-, tiende a seguir con tardía reacción los titubeos de su personaje. Lo más reprochable no es tanto la idea de lo trivial intentando ser “significativo”, ni su noción de “intensidad” subsidiada de la música no diegética, sino el hecho que la dirección todavía no tiene claridad de cuándo un plano o una escena ya no dan para más.

Por la tarde, y después de la visita de rigor a Haussmann, fue la presentación del libro “Un Cine Centrífugo: Ficciones Chilenas 2005-2010” que Carolina Urrutia presentó en un ambiente cálido y cercano ante alrededor de unas cincuenta personas. Como ella misma lo planteó durante la presentación, es un trabajo concebido desde la cinefilia, desde la pasión irrefrenable por el cine. Esa impulso está presente transversalmente en el texto y es un aporte más que valioso en tanto le imprime a cada una de las partes que conforman el libro una cercanía y calidez de la que carece buena parte de los ensayos académicos publicados en los últimos años.

Por razones de amistad con Carolina pude leer el texto en distintos momentos de su redacción y lo que más me sorprende de este trabajo que aborda una quincena de cintas estrenadas en cinco años clave del cine chileno es, aparte de la belleza de su escritura, el riesgo de su aproximación interpretativa, desligada de cualquier tipo de arrogancia -en un entorno donde el egotismo es un mal congénito de la academia- y la posibilidad de lecturas abiertas y dinámicas. Como dijo Iván Pinto en su presentación, el libro “no termina de cerrar”, abre al diálogo y propone, en ese punto, atrevidas consideraciones como aquella en la que plantea la hipótesis de un complemento sinérgico entre las cinematografías de Pablo Larraín y  Cristián Sánchez. Un Cine Centrífugo es un libro bellísimo como aproximación identitaria a un universo creativo aún en construcción, es en rigor el intento de una nominación de ese universo con todo lo fundacional que puede encerrar ese concepto. Pero hay más. La agudeza y profundidad de su análisis, junto a su inteligencia para extraer un estatuto de estilos, estéticas, temperamentos y, especialmente, para extraer la dimensión política implícita en cada una de las películas abordadas, convierte este trabajo en una lectura bisagra en la hermenéutica del cine chileno contemporáneo

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El día cerró con Albert Serra y su esperadísima Història de la meva mort, Leopardo de Oro en Locarno. Debo decir que la experiencia de casi dos horas y media fue, pese al fervor con que Raúl Camargo alentó su exhibición a lo largo de todo el día, en algún sentido trunca. Coherente con el tempo de su narrativa, que ya tuvimos ocasión de conocer en Chile gracias a Honor de Cavalleria (exhibida en Sanfic hace algunos años), el filme apela a un entre un encuentro entre un levemente empobrecido Casanova y Drácula, en un cruce que un cruce pictórico que tiene entre sus proezas su naturalista visualidad, casi con toda seguridad filmada con luz natural. Sólo en ese punto, el filme de Serra tiene contacto con Barry Lyndon, puesto que la suya es una observación realista hasta la obsesión y plagada de detalles sobre todo sonoros.

De una belleza formal arrebatadora, en su primera mitad teje su narrativa en función de Casanova con una aproximación que indaga con obsesión en lo prosaico de la vida cotidiana y el ocio. Hasta aquí es una cinta que habría fascinado al Stroheim de La Marcha Nupcial en la medida que Serra hace suya la sentencia del cineasta austríaco de filmar detrás de los cerrojos. En cierta medida, Serra no sólo filma detrás de los cerrojos sino que enarbola cada escena con un temple centrado en las inflexiones del diálogo y de los ademanes del cuerpo. Si pareciera que gran parte de la película está constituida con material de descarte es precisamente por su intensa (precisamente por lo exasperante) concepción de la puesta en escena. Sin embargo, en la medida que Casanova abandona la escena para dar paso a Drácula (hay que decir que ambos personajes presentan sólo esbozos de su construcción histórica y cultural) el filme comenzó a interesarme menos como reflexión sobre las ideas ilustradas y el paso desde el intelecto a la animalidad, que parece estar en el centro de este nuevo relato. De todos modos, a lo largo de sus 148 minutos, lo que la convierte en una experiencia extenuante, prevalece una de las más vigorosas nociones de puesta en cámara vistas en FICV y ese aspecto redimió definitivamente la proyección.

Por: Felipe Blanco