Informe In-Edit Nescafé 2016 (1): Retrospectivas en super8, la visita de Don Letts y los 40 años del punk

Una de las formas clásicas para intentar componer una época musical, con sus complejidades y contradicciones, es a través de los materiales de archivo. Casuales, domésticos o de patrimonialidad consciente, estos registros se convierten en fuentes privilegiadas para documentalistas como el inglés con pasado caribeño Don Letts, una de las visitas destacadas de la treceava versión de In-edit, y que es también DJ, director de más de 20 películas y más de 300 videoclips, desde The Clash en adelante. En sus películas, los archivos –mayoritariamente los suyos, por ser un músico-testigo y agente activo de la escena musical londinense de los setenta– abundan y nos permiten acceder a estadios musicales en etapa de gestación, como el punk, supuestamente iniciado –y por eso en el festival se celebran sus 40 años– en 1976. Se trata de una fecha dudosa y Letts apuesta en Punk: Attitude (2005) por entenderlo justamente como una “actitud” que ya se habría desplegado en los gestores del Rock and Roll o en los hippies. En la película, además del uso de materiales de conciertos y de estampas en super8 que registraron episodios punks londinenses y sobre todo neoyorkinos, se insertan también entrevistas a figuras variadas como Thurston Moore de Sonic Youth, el director Jim Jarmusch o David Johansen de los excéntricos New York Dolls. Luego, la década del ochenta, van diciendo los testigos y partícipes, habría sido una época sin mayores cambios, de un underground parejo que más tarde, con la implosión de MTV, desembocaría, tal vez algo sorpresivamente, en el fenómeno Nirvana. La hipótesis es, entonces, que el público de Kurt Cobain se habría gestado, casi subterráneamente, desde la época del punk.

En Punk: Attitude Letts indaga en la continuidad, ejercitando un tipo de mirada que también está presente en Carnival! (2009), un seguimiento documental al carnaval de Notting Hill Gate, un actual atractivo turístico londinense de pasado antillano que arrancó en 1959. Recurriendo a imágenes tempranas y a testimonios de adultos que vivieron las mutaciones del carnaval, Letts pone a desfilar imágenes tempranas en donde inmigrantes caribeños celebran con trajes tocando y bailando calypso, rememorando un continente. Pero no todo es carnaval: en el documental se inserta el episodio trágico de 1976, cuando la masa carnavalesca se enfrenta a la policía, en una pugna que surge de un acto de violencia hacia un negro: “the war in Babylon” la llaman. El documental, entonces, repasa la historia de uno de los festivales más grandes de Europa, observándolo como una micro-sociedad en donde están en tensión constante lo negro, lo blanco, lo inmigrante, y también, la nueva generación inmigrante, o más bien, la que ya no lo es: los londinenses negros que fueron actualizando musical y culturalmente el carnaval con una música que poco y nada tiene que ver con el calypso, como el dub, un híbrido electrónico-reggae.

Un último film que destacamos del foco Don Letts es Superstonic Sound: The Rebel Dread (2010) de Raphael Erichsen y Edward Dallal, un documental que persigue una caminata urbana del director con su hijo Jet, también DJ. En esta crónica biográfica, Letts va recordando su participación en la escena punk londinense, reconociendo que tomó su cámara super8 justamente porque quería formar parte de ella. Los barrios van apareciendo, y con visible nostalgia, Letts rememora grafittis, sonidos, carteles, a figuras como Sid Vicious, o iglesias que le hablan de cómo tanto la música como la religión habrían funcionado en la época como espacios de contención para el inmigrante. Se recuerdan también episodios de violencia racial como el aparecer constante de carteles KBW ("keep Britain white") y tal como en Carnival!, se convoca, con los mismos archivos audiovisuales, el ataque de la policía en la celebración de 1976.

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Como se deja ver en estas películas de la retrospectiva de Letts, los materiales acumulados por el DJ se ponen a disposición de relatos de época en donde es ciertamente protagónica la voz del director y su mirada crítica a la política y a la sociedad de entonces. Se detecta un trabajo de selección prolijo que se distancia bastante de otra película, una de la retrospectiva del punk: Rough Cut and Ready Dubbed (1982), dirigida por Hasan Shah y Dom Shaw. Recogiendo fragmentos fílmicos artesanales en super8, el documental capta instantáneas de su propia época: la del ocaso del punk británico, su estadio post y el desencanto que lo rodea. Difundiendo materiales bastante en bruto filmados entre 1978 y 1981, la cámara va registrando el alegato de los fans con esa frase que hemos escuchado tantas veces: los músicos se vendieron al sistema, y los primeros, habrían sido The Clash. La película, presentada en la función como una “joya”, definitivamente lo es: es un retrato in situ en el que se escucha una música fuera de concierto, mientras en paralelo se muestra a una juventud heterogénea, contradictoria, como los punks y su andar urbano ya decadente, o los entonces resurgidos mods, sus ropas y sus palabras superficiales. Se insertan también ensayos caseros, como uno de la banda A Certain Ratio, dejando en evidencia cómo el punk, ya post, se atrevió a mezclarse con el funk o con el dance.

 

Estrenos: un continente, una perra, una fiesta electrónica en el desierto

fonkoDel lado de los estrenos, lo primero es destacar su variedad, una marca que hace años nos hace esperar la curatoría audaz de In-edit. Propuestas fílmicas que recorren el continente africano o Irán muestran esta amplitud, más aún si son seguidas por funciones en donde son voces reconocidas del mundo del arte, como la de Laurie Anderson, las que dirigen.

En el caso de África, se presentó Fonko (2014), película sueca de Göran Olsson, Lamin Daniel Jadama y Lars Lovén que funciona como una etnografía musical urbana. El documental, una síntesis enumerada del estado musical de países como Nigeria, Ghana, Angola, Sudáfrica, Burkina Faso o Senegal, va dejando en claro que los ritmos ancestrales y netamente afros que tal vez uno esperaría encontrar han cedido paso a otros ritmos y bailes, como el kuduro, una especie de break dance epiléptico que cambia la gracia del suelo por el tiritón del glúteo, recordando de paso la sexualidad exacerbada del axé. Se trata de un recorrido lúdico pero también crítico: las rearticulaciones locales del hip hip están presentes y se suman al deambular mundial de este ritmo de letras ácidas que ha sido presentado en otros documentales como The Furious Force of Rhymes (2010) de Joshua Atesh Litle, un recorrido focalizado en el que el hip hop es planteado como una lengua política universal que pasa por Francia, Alemania, Palestina, Israel, y también, por feministas africanas. En Fonko, como dijimos, se van mostrando las músicas urbanas de distintos países, aunque hiladas por reflexiones del fallecido Fela Kuti (1938-1997) compositor, cantautor y multiintrumentista nigeriano que abogó por los derechos humanos. Recordando su figura fundamental como activista y creador del afro beat, una mezcla entre música africana y jazz, en el documental se van insertando sus cuestionamientos políticos, a veces, en tono lúdico: “Democracy. Crazy-demo. Demostration of craze”, dice la voz en off de Fela Kuti, quien dentro de su historial, fue deportado de Estados Unidos en la década del setenta por su activismo, o atacado en su propio país por rebelarse contra el ejército a través de la música.

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Otra apuesta del festival, fue la exhibición de Heart of a Dog (2015) de la estadounidense Laurie Anderson, artista visual multimedial y experimental, musicalmente multifacética. El documental, a través de la voz en off continua de la directora funciona como un film-ensayo autobiográfico con episodios oníricos, algo de animación, paisajes naturales y urbanos, archivos fílmicos de noticieros (como el registro de la caída de las Torres Gemelas), o personales, incluyendo uno en que su fallecido esposo Lou Reed se muestra disfrazado de doctor. Se trata de un film poético de recuerdos, en el que Lolabelle, la perra compañera y cómplice de Anderson, aparece y desaparece, incluso, tomando ficticiamente la cámara en una escena a ras de suelo. Lolabelle es la protagonista, y como tal, hace recordar un documental como Gates of Heaven (1978) de Errol Morris, un recorrido por cementerios de perros estadounidenses, aunque en el caso de Anderson no se percibe cierto tono burlesco de Morris. Lolabelle ya ha muerto y el documental sigue su calvario: cuando quedó ciega, cuando intentan animarla con terapias, cuando se le enseña a tocar –y lo hace– piano, cuando se la deja morir naturalmente. En paralelo, se recuerdan con tristeza otras muertes, como la de su amigo Gordon Matta Clark, con una frase tan emotiva como desgarradora, que dice algo así como: “¿no entendió la crítica de arte que romper murallas en dos era consecuencia de la separación de sus padres, y de la pérdida y separación de su hermano gemelo Batán, quien se suicidó?” Más que un documental sobre música, Heart of a Dog es una autobiografía con la música y la voz de Laurie Anderson. Es la narración de una historia –“I want tell you a history about the history” dice en alguna parte– que se inicia con un sueño en atmósfera rosada, el de ella dando a luz a Lolabelle y que termina en su muerte.

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Finalmente, otra película destacada del festival es Raving Irán (2016) de la directora alemana Sue Meures. Se trata de un documental riesgoso, en un sentido formal pero sobre todo, literal. Con una cámara oculta, mayoritamiente un celular, y sin aparecer nunca en escena, ni ella ni su voz, Meures sigue la vida de  Amoosh y Arash, dos amigos de Teherán, dos Djs frustrados que intentan organizar fiestas electrónicas para las pocas personas que se atreven a participar, y con el riesgo permanente de ser descubiertos por la policía. Una fiesta resulta, en el desierto, otra fracasa, en una casa allanada por la policía y que acaba con uno de los amigos en la cárcel, en ambas, las mujeres se sacaron los velos y las ropas largas. El documental sigue también la búsqueda de los Djs por un espacio musical en donde todo se les niega: la inscripción del grupo en el registro estatal de músicos, o la impresión de carátulas, por verse alguna letra en inglés, o por mostrarse algún pedazo del cuerpo sin ropa. Todo es no, pero de todas formas, quedan expuestas algunas sonrisas cómplices de las caras visibles de la burocracia: frente a la pregunta de si la agrupación puede usar piercings, la mujer de los no, les dice ya con un poco de risa “¿qué creen ustedes?”. En consecuencia, todo intento es ilegal y amateur, aunque van apareciendo sitios que los acogen, como una tienda que esconde la música ilegal bajo DVDs de música legal. Aquí, creo, viene el gran riesgo: ¿qué pasa si, a pesar de estar pixeladas, se descubren las caras y los lugares clandestinos? , ¿qué pasa si la película, a pesar de estar hecha para circular en el extranjero, llega a las autoridades iraníes? Y sin eufemismos, ¿quiénes pueden ser fusilados por esto? Incluso, con la misma ansiedad que puede haber provocado hace unos años el documental Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012), la película obliga un googleo posterior inmediato: ¿qué pasó con los Djs?, ¿pudieron seguir su carrera?, ¿están vivos? Afortunadamente, sí.  El documental es una denuncia clara, una petición de auxilio de dos músicos, una manifestación de rechazo hacia un régimen totalitario y censor. Pero es también, una oportunidad para salir de Irán y hacer música. Amoosh y Arash son invitados al festival de música electrónica de Suiza, por un llamado de los organizadores –o por un llamado del guión, que pone en pausa el efecto de realidad que seduce casi toda la película– y, dejando novias y familias –“no vuelvas, dice una de las madres, nosotros debimos hacerlo hace 40 años”– , van, tocan, y no vuelven. ¿Hay aquí también una “actitud” punk?

Ximena Vergara