XXIX FICValdivia (6): El movimiento de las cosas

La esperanza, como siempre, es que de aquí salgan ojos renovados y manos ansiosas, que la conversación alrededor de las películas crezca, y que haya más y nuevas ganas de pensar y hacer cine. Entre los anónimos asistentes de hoy están los cineastas y críticos de mañana, y Valdivia se confirma como uno de los mejores lugares para regar esas semillas y resguardar el movimiento de las cosas.

Comienza el festival con un lunes feriado, dato importante para quienes asistimos con el horario laboral a cuestas. Por lo general, el primer día nunca es el más activo de un festival, pero la libertad vale igual. Tres películas, dos en la Selección Oficial de Largometraje: Ashkal (Youssef Chebbi) y A Woman Escapes (Sofia Bohdanowicz, Bura Çevik, Blake Williams). Mientras en Ashkal las ruinas de edificios a medio construir fuerzan la ilusión de un blanco y negro cuyo único contraste es el fuego –a pesar, se entiende, de tratarse de una película filmada a color–, en A Woman Escapes los colores se escalan gracias a un 3D que embellece incluso los reflejos y las manchas en las ventanas iluminadas por el sol. Ashkal es un policial tunecino con derivas fantásticas, de ritmo cautivador y personajes depresivos que buscan resolver una serie de muertes por fuego en una construcción abandonada. Una película de alegorías poco claras para quienes desconocemos el proceso político reciente de Túnez, pero que aún así logran llegar a hacer una presencia ambigua. A Woman Escapes, por su parte, tiene aspiraciones poéticas que son bien traspasadas al 3D, pero que se debilitan fácil en un relato algo aplanado, que consume en vez de darle vida a las cartas que leen los personajes y que constituyen el hilo narrativo del film, distinto a como ocurría en la anterior película de Sofía Bohdanowicz, MC Slavic 7 (2019), en el que el arrastrado tono de voz de la narradora principal (misma actriz y personaje que en esta) combinaba mejor con el tinte académico del film.

Acaba el primer día en la sección Tramas, con la bella O Movimento das coisas (1985), de Manuela Serra, que pone la cámara allí donde las rutinas están dadas por el orden y ritmo de un pueblo en Portugal, Lanheses, alejadas del ritmo productivo que para nosotros hoy es manual de vida, y que acaba con el anuncio del fin próximo de aquellas rutinas pueblerinas que crean y alimentan su propia cultura con el advenimiento de la industria. Final coincidente con el cierre de mi día, también.


Semana laboral, el cercenamiento de la experiencia cinéfila. Algo que proponen los festivales de cine es la oposición al ritmo productivo, un quiebre a la rutina ciudadana para ver a la ciudad caminar a otro paso. Si la experiencia es completa, mucho mejor, pero a medias también sirve; el movimiento, una vez pisas afuera, te lleva pronto consigo, y así fácilmente pasaba de cerrar el computador luego de cumplidas las horas laborales para entrar al movimiento propuesto por el festival. Lo malo es que, al acotarse el número de películas, no se puede recompensar una mala jornada sino hasta esperar al día siguiente. Algo así ocurrió con La vaca que cantó una canción hacia el futuro, también en la Selección Oficial de Largometrajes, dirigida por Francisca Alegría y co-escrita junto a Fernanda Urrejola, un pastiche de ideas irresueltas sumado a un relato armado a caprichos. El halo de misterio que rodea al comienzo del film acaba dentro de los primeros treinta minutos y luego no saben qué hacer con lo que tienen, apuntando a rastras hacia un final de pobre simbolismo. Aunque probablemente lo peor haya sido el contra-logro de filmar el sur de Chile como si se tratara de cualquier zona rural estadounidense en una película en Sundance.

Tan inmunda y tan feliz (Wincy Oyarce) se posiciona al otro costado del trabajo cinematográfico. La película sobre Hija de Perra, la icónica transformista chilena fallecida en 2014, tiene un formato sencillo y directo: seguir la vida de su protagonista cronológicamente desde que Oyarce, narrador también del film, conoce y hace amistad con La Perra. La película es una celebración a su vida frente a cámaras, su vida expuesta, performática, hipersexualizada y alegre, de la que Oyarce hizo tanto registro como pudo, como si sospechara que llegaría el día en que le tocaría homenajearla. Y el homenaje es bello, feliz y emotivo. Un único pero hacia el final, problema que Oyarce también confiesa durante la narración: su incapacidad para cerrar la película. El recurso de la confesión alude a su vínculo con Hija de Perra, en cuanto que no sabe cómo terminar algo que preferiría que durara para siempre, un momento tierno y vulnerable por seguro, pero ayudaría mejor si a través de esa confesión hubiera además logrado terminar satisfactoriamente la película. En cambio, solo le da tiempo extra que no parece muy necesario. Aún así, apenas una piedra en el zapato para uno de los puntos altos entre las películas chilenas.

Varios estrenos extranjeros fuera de competencia fueron grandes y alegres elecciones. Del inacabable Hong Sang-soo se presentaron The Novelist’s Film y Walk Up, un par cojo si consideramos que la primera es probablemente una de las mejores de Hong del último tiempo, mientras que Walk Up, si bien acarrea el juego al que estamos acostumbrados tanto en sus personajes como en su narrativa, no alcanza a tener todo el encanto que otras de sus obras suelen arrojar sin esfuerzo. La elección de Kwon Hae-hyo como protagonista es distintiva considerando que suele encarnar personajes secundarios, muchas veces en la forma de algo parecido a un “prop inteligente” que se encuentra ahí para demostrar el patetismo masculino (o lo fácil que es desarmar a un hombre que opina desde la propiedad genital), y aunque Walk Up no está exento de aquello, e incluso cuando hay interés y material para encariñarse con Byung-soo, el protagonista, faltaría algo distinto al ejercicio de estructura que propone Hong (una historia que avanza subiendo los pisos de un pequeño edificio) para darle fuerza. The Novelist’ Film, en cambio, tiene todo aquello de lo que Walk Up carece, y su final quedará entre los mejores y más tiernos que haya trabajado. Dato importante: el corto que contiene la película fue hecho por Hong un par de años antes que esta, sin otro interés que registrar, como suele hacer, sus paseos junto a Kim Min-hee, su esposa y actriz en el film. La meta-ternura.

Entre otros contemporáneos, Valdivia tuvo los trabajos de Ruth Beckermann, ganadora del Encounters en Berlin con Mutzenbacher, Cyril Schäublin, mejor director también en Encounters con Unrueh, Albert Serra con Pacifiction, y Adirley Queirós junto a Joana Pimenta con Mato seco em chamas, ganadora del Grand Prix en el Cinéma du Réel. Cuatro excelentes puntos cardinales para medir el estado del cine en el mundo: en los extremos de una línea podríamos ubicar a Pacifiction y Mutzenbacher, en donde por sobre el guión está el método, escondido (tras AirPods que comunican los diálogos) en la ficción en el caso de Serra, y expuesto frente a las cámaras a modo documental en el caso de Beckermann; en otra línea están Unrueh y Mato seco em chamas, donde la mirada se pone ahí donde algo en la sociedad está bullendo, la primera en una ficción apuntando hacia el pasado, en un momento clave de la modernización del trabajo con la creación de los relojes suizos versus el auge de las organizaciones anarquistas; la última en la actualidad, en donde una débil organización criminal administra un pequeño pozo petrolífero en plena favela, entre idas y venidas de la cárcel y elecciones locales en tiempos de Bolsonaro, y una orgánica mezcla entre la ficción y el documental. En todas nos podemos detener y alargar, pero lo importante es lo siguiente: son una muestra de la linea y constante interés del festival por un cine cuyas propuestas formales son variadas, y en donde por sobre además se puede sin mucho esfuerzo divisar una línea narrativa libre y flotante que une sus elecciones programáticas, por diferentes que sean los estilos que quepan dentro.

Para el final aún quedaba una última alegría. Probablemente el estreno más esperado de la fiesta, Notas para una película, de Ignacio Agüero —el mejor cineasta chileno vivo, en palabras (de las que me cuelgo) del director del festival Raúl Camargo—, fue la película de cierre de esta versión. Agüero jugó esta vez con los diarios de Gustave Verniory («Gustave Verniory, 10 années en Araucanie 1889-1889»), joven belga que llegó a Chile años después de la ocupación de territorios mapuche durante la mal llamada Pacificación de la Araucanía para idear y trabajar una linea férrea entre Victoria y Temuco. La película intenta traer algo de ficción a una carrera cinematográfica atrincherada en el trabajo documental, pero la resistencia en las raíces es fuerte (toda una vida ya) y lo que queda es un ensayo libre en el que el pasado choca con un presente incapaz de ponerse el disfraz de la ficción. Así por ejemplo veremos incluso materiales sacados de películas propias y ajenas (Ahora te vamos a llamar hermano, del siempre presente Raúl Ruiz, por ejemplo), o extendidos relatos orales de habitantes actuales del Wallmapu que funcionarán como el pilar moral de la película: al rededor de estos se construye lo que se puede, las notas para lo que probablemente nunca quiso realmente ser una película.

Faltaría hablar de los entremedios de las películas, las callejuelas de todo festival. Preferir, por ejemplo, quedarse fuera de una función para tomar una cerveza con los amigos, recibir folletines en contra de un estreno por maltrato animal (los supuestos culpables tuvieron espacio para defenderse en la segunda muestra de La vaca…), asistir a otros eventos en una ciudad culturalmente activa, presenciar la entrada a gritos y amenazas de una mujer que llegó veinte minutos tarde a una función (Mutzenbacher, último sábado en la mañana), repetirse los primeros quince minutos de A Woman Escapes porque el 3D de la película no estaba funcionando; hasta un regalo para Ana Poliak que ella misma ya se había comprado el día anterior. Y porque un festival se debe y honra a su ciudad, también es necesario poner los ojos allí donde esta pide atención: en los últimos años y especialmente en los últimos meses se han venido registrando las desapariciones de jóvenes de la zona, algunos aún extraviados, otros encontrados muertos en el Calle Calle (Alfonso Rivas, hallado a pocas semanas del comienzo del festival). Durante el sábado en la tarde se realizó una manifestación-homenaje en nombre de los desaparecidos y muertos por distintas razones, como ocurrió con Patrick Esparza, asesinado de un balazo días antes y cuyo caso venía sonando como murmullo en Valdivia, allí donde el festival no alcanzaba a llegar.

La experiencia completa estuvo ahí para otros. Si no han aparecido en este texto palabras a las retrospectivas a Ana Poliak o Joao Pedro Rodrigues o al Colectivo Cine Mujer, grandes atractivos e hitos de esta versión del festival, es culpa del reloj que no descansa. La vida laboral se hace incompatible con el paréntesis que supone un festival de cine, pero el festival está ahí disponible para quien pueda tomarlo. Lo advierte Manuela Serra al cerrar O movimiento dais cosas, lo plantea Unrueh en todo el armatoste que es su película. Nuestro tiempo y nuestro espacio es de quien pueda pagarlo; no me voy a quejar de eso aquí que no es el espacio. Sí diré que, ni tan extrañamente, en el trabajo el reloj es quietud cuando se le compara con el movimiento y fluir de un festival, que no tiene idea a quiénes atrae y alberga, ni mucho menos tiene control sobre lo que harán sus asistentes con la experiencia cinéfila. La esperanza, como siempre, es que de aquí salgan ojos renovados y manos ansiosas, que la conversación alrededor de las películas crezca, y que haya más y nuevas ganas de pensar y hacer cine. Entre los anónimos asistentes de hoy están los cineastas y críticos de mañana, y Valdivia se confirma como uno de los mejores lugares para regar esas semillas y resguardar el movimiento de las cosas.