El Otro: El propio nombre

Entre la cama y la puerta, uno parado, el otro sentado, el reclamo será la forma principal del intercambio. Se trata de diálogos altamente educados, que van a escalar a lo largo del filme hasta la confrontación. En ellos se juega un rechazo de la convivencia, la imposibilidad del acuerdo o la distancia, cierta tensión de rondarse y no poder defender un límite para la soledad que uno reclama

El otro está en el mar. Llega de afuera a pararse en el umbral de la puerta, se seca el traje de buzo y se gira para decir algo. El que lo escucha no está en ánimo de conversación. A la orilla de la cama, siempre como a punto de levantarse o de salir de una resaca, refunfuña. Los objetos de la habitación acompañan la vejez de estos hombres, cargando en ellos el mismo desgaste que vemos en la piel de aquellos. Los libros usados y sus hojas onduladas por la humedad se asoman en una repisa de madera oscura, la radio sisea alimentada frágilmente de la electricidad que le transmiten dos cables pelados y el espejo lleno de manchas que vemos oblicuamente nos devuelve la imagen de aquel que habla y del otro, llamado también Oscar. Plano y contraplano, entonces, como materia y complemento de estos reflejos. Campo y fuera de campo como dirección de una palabra que queda en el aire. Hay dos que hablan mientras sus cuerpos coinciden. Y entremedio estas cosas. 

Uno está en el mar. Y el mar en una imagen es su mera superficie. Una ballena, por ejemplo, ha ido errando en un afán de explorar ese límite, para terminar varada en la orilla de la costa. El mar la mece y luego la transforma en una espuma que la reintegra. Antes Oscar tratará de arrancarle una aleta. Entre la costa y el mar, Oscar se las ingenia para sobrevivir cazando una liebre o recolectando erizos. La cámara enfatiza el trabajo que los cadáveres de animales requieren para volverse comida: el desollamiento o la apertura de las conchas para cocinar. Asegurando su sustento, Oscar se pone en movimiento, ocupado y también presa de un entusiasmo que lo hace cantar junto a su radio o citar de memoria letras sueltas de canciones.

Uno está en la casa. El interior es oscuro, pero bajo una tenue ampolleta, Oscar lee Moby Dick como si estudiara reiterativamente este misterio de la ballena muerta. Bebe también un vino en caja - objeto insistente, que encuentra su lugar dentro y fuera de la casa -  y sufre de sus despertares, sentándose en la orilla de la cama como si le tocara a él procesar todo el cansancio del trabajo del otro. O como si ciertas fotos que señalan un pasado le mosquearan antes de levantarse. No oculta que este otro le molesta con sus ruidos y presencia destartalada, le sigue con una mirada celosa cada vez que anda cerca, esperando el momento en que termine de interrumpirle la lectura.

 

Los encuentros entre ambos son por ello una pericia. Poco sentido tiene discutir si se trata de una ficción documentalista lograda en el montaje o un documentalismo ficcional que retrata con justeza la forma de una experiencia singular. Como nos comenta Marisol Aguila, cuando el otro aparece a los dos años de rodaje, el director Francisco Bermejo no podrá más que atinar a actuar con su cámara como si hubiera dos en la escena. Quizás por ello, ciertas marcas -el canto de las ballenas, las escenas submarinas o el uso de los pasajes de Moby Dick- que otorgan un tono alegórico a ciertas escenas, pueden resultar redundantes frente a la fuerza del diálogo de Oscar. Lo cierto es que, mirando a la cámara, Oscar le habla a otro que es él mismo. Allí, las y los espectadores -y el fantasma del director-, quedan sobrando en el incómodo equívoco de un falso encuentro, como cuando saludamos a alguien que levanta la mano sin saber que a nuestras espaldas viene aquel a quien está destinado el saludo y que, en este caso, es el mismo que veíamos saludar. Se comprende entonces esa tensión clasificatoria que produce la película, necesidad que puja por ubicar estas imágenes en el reino de la ficción o el documental, de la performance o la espontaneidad, de la filosofía o la psicopatología, sin otro fin que resolver el problema de ser meras lagartijas en la pared, rondando a saltitos estas soledades, o estar llamados a desvanecernos en la oposición entre ambos personajes. 

Habría que desarmarno a los dos pa hacer uno” dice Oscar, y su cuerpo aparece en torno a marcos, vidrios sucios, espejos. Los objetos ruinosos son lo que vuelve común el interior y el exterior, ordenan lo visible y revelan la minuciosidad de las acciones. El ennegrecimiento de una tetera por la ceniza de la leña o la reutilización de un frasquito de café ahora rellenado con azúcar. En ocasiones los objetos o cosas configuran el fuera de campo para oír lo que se conversa o se transforman en el núcleo en torno al cual las manos y los pies actúan. Entre ellos, un reloj que marca con su pitido la reiteración mandona del tiempo. Pero la silueta y el rostro mismo de Oscar también se prestan a esa composición englobando este conjunto de cosas, siempre jugando con lo que no queda disponible a la mirada.

Entre la cama y la puerta, uno parado, el otro sentado, el reclamo será la forma principal del intercambio. Se trata de diálogos altamente educados, que van a escalar a lo largo del filme hasta la confrontación. En ellos se juega un rechazo de la convivencia, la imposibilidad del acuerdo o la distancia, cierta tensión de rondarse y no poder defender un límite para la soledad que uno reclama. De un lado la maña, la resaca, el enfado pegado a una resistencia a salir de la habitación para entregarse a los libros; del otro, el deseo de hablar y la esperanza de hacer pasar el tiempo con palabras o música, en medio del desgaste del cuerpo. El uno le reclama al otro su menor capacidad para entrar al mar (“lo que más lamento es que vos soi mejor buzo que yo”) y el otro le enrostra su falta de aporte a la vida común (“Vo soy un parásito aquí no más”). El drama no puede decidirse sino en una agonía violenta y uno tendrá que salir evaporado, como la postimagen de lo que nunca estuvo allí. Pero con su pérdida, también los objetos que sostenían este equilibrio quedarán tirados por el lugar, inutilizados. La radio empieza a fallar y el umbral de la puerta se queda vacío. Los libros también hay que leérselos a alguien y cuando en el mundo todos fallan y no se encuentra a nadie digno, no queda más que repetir el propio nombre en soledad, a ver si flota.

Título original: El Otro. Dirección: Francisco Bermejo. Guion: Francisco Bermejo, Francisco Hervé, Javiera Velozo, Pilar Ducci. Casa productora: Juntos Films. Producción general: Daniela Raviola. Fotografía: Francisco Bermejo. Montaje: Javiera Velozo. Reparto: Oscar Garrido Bastías. País: Chile. Año: 2020. Duración: 75 min.