El viaje de Monalisa: La Piel

La obra prima de Nicole Costa es esa gran trenza con la que camina Monalisa por distintas partes de la ciudad. Las reminiscencias, la disputa de un cuerpo, el antes y el después de una ciudad sitiada con su propio 11 de Septiembre, nos entrega la retrospectiva de la decisión que da origen a esta gran ícono. El reencuentro de ambxs no solo reanudará la complicidad universitaria, al mismo tiempo, les permitirá poner en evidencia la gran transformación que han sido todos estos años; lo descollante de las sexualidades lejos del precepto hegemónico, el oficio de hacerse de las calles, los cuerpos que somos y los acentos  notifican el lugar de un margen sin necesidad de reducirlo.

Las primeras barricadas de Octubre las vi en la 26º versión de Ficvaldivia. Una semana antes del comienzo de la revuelta, vi como Nona armaba una molotov, como Lina desarmaba la capital para hacerla suya, como Carolina Moscoso cruzaba la noche para decirnos que sí se podía contravenir la impunidad, como Karin hacía eco con la otra Karin desde esa no-distancia que hay entre los hechos que la unen. Sin sospecharlo, vi también a Iván Monalisa entrar con unos tacos aguja al medievo de Chile. 

El viaje de Monalisa (2019) es un boceto acabado de Iván Monalisa. La alusión a Norma Desmond –al comienzo de la película– nos ilustra la altura cosmogónica que hace posible a la/el protagonista, el vigor de una performática colmada de noches y de musas, de Máximas y Handycam. La alusión a Sunset Boulevard (1950) –y a la crisis que devino con el sonoro– es clave en lo que Nicole Costa aborda en torno a Monalisa, a propósito de cómo la obra da voz a un protagónico que hasta el estreno de la película se encontraba silente en nuestros imaginarios. 

Provista de un origen teatral, Monalisa fue cincelada con las calles de Nueva York, mirándose con diferentes imaginarios y figuras femeninas que la antecedieron. Ella terminó por ser el personaje cumbre, la síntesis de todas las vivencias que hasta ese entonces se encontraban solo como capital sensible. Tras dejar Chile el año 1995, Iván entendió que tenía en sus manos la posibilidad de hacer cuerpo lo que de otra forma sería ficción, y extendió de forma tácita su residencia en Nueva York hasta hacerla permanente. 

En este sentido, el lugar de la poética –en la película y en lo biográfico– se enmarca con lo vivido, no con el porvenir. La construcción de la identidad literaria no es tanto el agón autoral, como sí la erótica de un cuerpo que escribe con la piel la dicha de sumar una noche, como quien hace presente a todas las que se vivieron y saludando a todas las que se integran en esa constelación de cuerpos, parvos y goces.

La obra prima de Nicole Costa es esa gran trenza con la que camina Monalisa por distintas partes de la ciudad. Las reminiscencias, la disputa de un cuerpo, el antes y el después de una ciudad sitiada con su propio 11 de Septiembre, nos entrega la retrospectiva de la decisión que da origen a esta gran ícono. El reencuentro de ambxs no solo reanudará la complicidad universitaria, al mismo tiempo, les permitirá poner en evidencia la gran transformación que han sido todos estos años; lo descollante de las sexualidades lejos del precepto hegemónico, el oficio de hacerse de las calles, los cuerpos que somos y los acentos  notifican el lugar de un margen sin necesidad de reducirlo. En este sentido, la película allana el voyeurismo para abrir una dialéctica con la propia experiencia de quien mira. Porque si bien es la historia de una puta, también es la historia de una artista que cela su memoria de ciudad, memoria que no guarda relación con lo únicamente propio, sino más bien, con todas esas otras –y otres– que dejaron de caminar por las calles, que aparecen y desaparecen en las esquinas y en las miradas que desean. 

Tras lo dicho, lo propiamente dialéctico de la película me retrotrae al traslado que hace Barbara Zecchi desde lo formulado por Eliane Showalter –a fines de los años ochenta– en torno a la Ginocrítica. Ante la necesidad de pensar la producción literaria, salvaguardando una lectura centralizada en la marca binaria del género-sexo, Showalter tuvo la urgencia de entender lo que ella señalaba como la psicodinámica de la creatividad, precisamente, para problematizar el lugar de producción de quienes hacian la ‘diferencia’. Con esto, y ante la necesidad de un concepto que pudiera mutear la reducción biologicista, Zecchi traslada la meseta gynocriticsm al campo cinematográfico para hablar de Ginocine. Los andamiajes del concepto, así como las aproximaciones que éste proyecta desde su origen, son rutas posibles de calcar en la obra y en el viaje que la película nos entrega. La forma en como Nicole Costa nos representa lo multitudinal, consigna una recepción que es ante todo política. Hay un cuidado por las condiciones materiales, un compromiso que no busca redundar en contrastes apologéticos sobre las determinadas vivencias que se registran. 

No siendo una obra escatológica, lo señalado anteriormente vale observarlo en relación a la imagen naturalizada que tenemos sobre ciertas personalidades, destinadas a una condición de penumbra sobre sus vivencias y entregas –obras, realizaciones, poéticas, etc. Mistral para estos efectos es el ejemplo por antonomasia, pero al lado de ella también Lorenza Böttner, Ximena Rivera, tantas y tantxs otrxs que han tenido que saldar con ausencia el lugar que ya les era dado por lo que significaron en términos de arrojo y entrega. Con El viaje de Monalisa se fractura esa naturalización forzada para abrir paso a otro tipo de experiencias, una que cuyas proporciones son 1:1 con su espectadora/or y con su ahora. Sin la necesidad de un set o del acomodo tipo de una producción tipo, las calles, las pieles que se mudan y las piezas donde se vive, son parte de ese gran cuerpo de imágenes que la realizadora fue tejiendo y trenzando prolijamente a lo largo de los años. Lo que da cuenta de un viaje, es al mismo tiempo las distintas etapas de una metamorfosis nocturna, un eros hecho cuerpo. 

El documental en nuestro ahora se presenta como una herramienta con la cual podemos cercenar y alterar la voluntad de ese quórum que nos ha privado de una ESI [Educación Sexual Integral] pública y universal. En este sentido, pienso en todas las veces que esta película será proyectada en aulas, o bien, será emplazada por lxs docentes para ir a sumar una mirada equidistante de las cargas hegemónicas. Pienso en el algoritmo funcional de Netflix: RuPaul’s Drag Race, Paris is Burning, Pose, etc. Pienso en la piel como algo que se arma y se desarma en el teatro de lo vivencial. Pienso en todas las cosmogonías que se irán tejiendo para luego armar esas pieles que disputarán su lugar en el mundo, y pienso que en todas ellas habrá una Iván Monalisa gritando en el Times Square. Todavía me encojo de hombros al recordar el visionado en sala, el clamor y los aplausos que sonorizaron los créditos mientras Monalisa cantaba: los azotes de la vida, los azotes de la vida. Lo cierto es que en ese momento puntual no teníamos un país que ofrecer. Lo curioso es que a la semana siguiente sí lo teníamos.

 

Título: El viaje de Monalisa. Dirección: Nicole Costa. Casa productora: Mimbre Films, Nicole Costa Films. Producción: Daniela Camino. Producción ejecutiva: Gregory Costa. Guión: Nicole Costa, Melisa Miranda, Daniela Camino. Edición: Melisa Miranda. Música: Kato Hideki. País: Chile. Año: 2019. Duración: 93 min. Distribuidora: Storyboard Media.