La mujer de barro: Arenas movedizas

Sergio Castro acumula dos documentales musicales para bandas como Electrodomésticos y Tortoise –este último a partir de un concierto realizado en Chile hace algunos años– y dos obras de ficción de perfil más bien intimista centradas en personajes femeninos dañados afectivamente y con heridas aún por componer.

No hay, cuando menos en la superficie, una conexión temática o formal entre estos dos bloques de películas y en términos de estilo se podría decir que caminan por senderos muy distantes.

La Mujer de barro, su segundo largo de ficción, es la historia de un retorno forzado, el de María (Catalina Saavedra) una temporera que para financiar un viaje para ver a su hermano decide regresar a la zona donde trabajó diez años atrás en la recolección de frutas.

Su retorno no implica sólo reencontrarse con una actividad cuya rutina no ha cambiado en lo esencial, para María es también enfrentar cuentas pendientes en un entorno esencialmente machista que ella conoce muy bien y quizás por eso –y por la presencia de Raúl (Daniel Antivilo), capataz y tirano– su presencia allí es más bien desconfiada y silenciosa.

Sobre esas coordenadas tanto individuales como sociales el filme se sostiene dentro de los márgenes del drama, en donde el registro de las rutinas de María, su relación con el trabajo y la reconstrucción de los pormenores del oficio temporero ocupan parte importante del relato.

Esta vocación descriptiva delimita y frustra en gran medida el desarrollo dramático del filme, no tanto por retrasar su progresión, sino porque anula la dimensión social que aspira a alcanzar. El padecimiento de los horarios, las rutinas repetitivas y monótonas, la agresividad en las relaciones son aspectos superficiales en comparación con el verdadero padecimiento de personajes como María. Su drama, como el de tantas mujeres como ella, está en lo abominable de las relaciones laborales, que el filme apenas intuye, y que está en el orden estructural del trabajo temporero, en la entrega física anónima sin mayores condiciones de protección y con salarios apenas suficientes.

La aparición Violeta (Paola Lattus) en el entorno inmediato de María, una santiaguina con mayor experiencia de vida y también mayor dureza que la protagonista, no corrige los desvíos de su mirada de clase, pero le entrega a la película un grado de humanidad que se resiste a aparecer en otros momentos. Las escenas entre ambas, que son también escenas de aprendizaje y socialización, son lo mejor del relato y es una lástima que la relación entre las dos mujeres se cierre con un confuso incidente durante las labores de faena.

La mujer de barro prosigue lo iniciado con Paseo, el anterior filme de ficción de Sergio Castro, como ajuste de cuentas y como acto de liberación de su personaje. Entre ambos, la vocación de reconstrucción de una época o de un modo de vida conecta estas películas con su aproximación documental. El atasco aquí está en su dimensión del drama humano y en la dirección a la que apuntan las injusticias del trabajo campesino.

 

Nota comentarista 6/10

Dirección: Sergio Castro San Martín. Guión: Sergio Castro, Enrique Videla. Fotografía: Sergio Armstrong. Sonido: Erick del Valle, Roberto Espinoza, Sergio Castro. Música: Sebastián Vergara, Los Charros de Lumaco. Edición: Andrea Chignoli, Sergio Castro. Reparto: Catalina Saavedra, Daniel Antivilo, Paola Lattus, Elsa Poblete, Maite Neira, Ángel Lattus. País: Chile – Argentina. Año: 2015. Duración: 92 min.