Las cruces: Invirtiendo el canon

El paisaje de Laja, con locomotoras y fábricas humeantes, sumado al verdor de su vegetación, es de una belleza impresionante. Mientras la imagen transmite dicha belleza el sonido, en un susurro permanente, relata el horror que marcará para siempre este paisaje, el mismo que esos 19 trabajadores transitaron cuando vivían antes de ser asesinados por el Estado. La relación entre imagen y sonido en Las Cruces pretende así generar una contradicción: solo haciéndonos los sordos podríamos ver en ese paisaje alguna idea cercana a la belleza que no tuviera como contracara la masacre.

El 18 de septiembre de 1973, siete días después del golpe de Estado al gobierno popular de Salvador Allende, algunos miembros de Carabineros de Chile (desde ahora "Pacos") mataron a 19 trabajadores de la papelera CMPC con la complicidad criminal de la empresa (sí, la misma que se coludió con el papel higiénico). Teresa Arredondo (que antes realizó Sibila, 2012) y Carlos Vásquez (director de [Pewen] Araucaria, 2016)- conocieron la carpeta judicial del caso y fueron hacia Laja y San Rosendo a filmar la película. En ese momento no había ninguna sentencia favorable a familiares de las víctimas; la impunidad, como en tantos otros casos, parecía ser la única sentencia.

Con una vieja cámara que filma en cinta de 16 milímetros, Arredondo y Vásquez capturaron numerosos planos fijos de Laja y San Rosendo, especialmente los lugares cercanos a la CMPC y donde fusilaron a los trabajadores. También nos muestran la carpeta judicial, pero lo hacen invirtiendo cromáticamente el archivo, volviendo la hoja en blanco en una página negra (¿de la historia?) y las letras negras en blancas. En dichos archivos están los testimonios de los pacos involucrados en el crimen que son leídos en voz en off por habitantes del pueblo. Esto representa otra inversión: la de quién cuenta la historia, rol que en las películas chilenas de temáticas cercanas a los DDHH siempre recae en las víctimas excepto un par de excepciones (El Pacto de Adriana, 2017 y El Mocito, 2010).

El paisaje de Laja, con locomotoras y fábricas humeantes, sumado al verdor de su vegetación, es de una belleza impresionante. Mientras la imagen transmite dicha belleza, el sonido, en un susurro permanente, relata el horror que marcará para siempre este paisaje, el mismo que esos 19 trabajadores transitaron cuando vivían antes de ser asesinados por el Estado. La relación entre imagen y sonido en Las Cruces pretende así generar una contradicción: solo haciéndonos los sordos podríamos ver en ese paisaje alguna idea cercana a la belleza que no tuviera como contracara la masacre.

El cine no está libre del azar. En una de las tomas finales vemos la imagen de varias cruces que han dejado familiares y conocidos de las víctimas clavadas en árboles o en animitas, allí la cinta comienza a rasparse como si se quisiera romper, un procedimiento que se ha utilizado ampliamente en el cine experimental pero que aquí fue cosa de suerte: la cinta venía así. El resultado no sabe de causas y dicho momento es sumamente significativo, pues pareciera como si el propio dispositivo no pudiese aguantar tanto horror, injusticia e impunidad y por lo tanto se ralla, como si una persona invadida por el dolor comenzara a ver manchas ante la imposibilidad de contar lo que le ha pasado.

Por todo lo anterior, Las Cruces es un soplo de aire fresco en un panorama sofocado de estandarizaciones. Pareciera que el cine chileno ha dado con cierta fórmula para hablar de DDHH relativos al periodo dictatorial, tanto en ficción como no-ficción, y que su tibio éxito le ha impedido una búsqueda formal distinta. El cine que tiene como eje principal a una cultura de respeto y promoción de los DDHH debe ser un cine que no solo conciba a su contenido como algo político, sino también a su continente. En Las Cruces la inversión del archivo, el testimonio y el relato son una declaración política, del mismo modo que usar el formato de 16mm es un ejercicio de memoria cinematográfica en sí mismo. Eso es lo que hace que Las Cruces pueda diferenciarse de un canon cada vez más homogéneo y con menos capacidad interpelativa, que ve la memoria más como un ejercicio de reparación del pasado que como una lucha -inclusive estética- del presente, acercándose peligrosamente al reportaje televisivo. Los riesgos de hacer Las Cruces de esta forma, y no de una manera más expositiva, son los que hicieron que la distribuidora MIRADOC (que distribuye documentales a escala nacional) le negara a Las Cruces la posibilidad que hoy le facilita la Red de Salas por medio de concurso, algo bastante discutible teniendo en cuenta que fue premiada en Valdivia y FIDOCS el 2018. Si películas como esta, premiadas en el extranjero y en Chile, no tienen asegurada su distribución y deben presentarse a concurso ¿Qué le queda al resto?

Hoy impera la impunidad por las violaciones a los DDHH post 18 de octubre. Las Cruces nos muestra, como tantas otras películas y libros, que esto no es nuevo, que es una manera de actuar enquistada en la historia del país. Para mitigar el pesimismo habría que agregar algo no menor: el pasado 9 de enero fueron condenados algunos de los pacos involucrados en la masacre de Laja-San Rosendo y así los familiares de las víctimas quizás puedan sentir algo parecido a la justicia y la reparación. No sé cuánto pudo ayudar la realización de Las Cruces a este hecho, pero espero que el cine del presente y futuro nos ayuden a evitar que los muertos y heridos recientes queden en el olvido o la impunidad.

 

Título: Las Cruces. Año: 2018 (Fecha realización Julio 2018). Duración: 80 min. País: Chile. Directores: Teresa Arredondo, Carlos Vásquez Méndez. Productores:Claudio Leiva Araos, Patricio Muñoz G. Fotografía: Carlos Vásquez Méndez. Sonido: Andrea López Millán. Montaje. Carlos Vásquez Méndez, Martín Sappia [EDA]. Postproducción Imagen: Kiné Imágenes (Daniel Dávila). Postproducción Sonido: Sonamos (Roberto Espinoza). Distribuye: Red de Salas de Chile