Una mujer fantástica (3): El duelo negado

El cuerpo de Marina no coincide con su identidad de género: ella es una mujer que nació hombre. Pero lejos de sentirse atrapada en una corporalidad equivocada, vive su sexualidad y el amor tras haber hecho el tránsito de un género que no le pertenecía a otro que sí. Marina es una mujer transexual que más que la protagonista de Una mujer fantástica del director chileno Sebastián Lelio, es a quien la cámara no abandona durante toda la película y sobre el personaje que se concentra la atención del espectador de manera exagerada. A tal punto, que en ocasiones agota la excesiva exposición de su rostro inundando toda la pantalla y haciendo más exigente la actuación de Daniela Vega, que en momentos no logra dar el tono en la expresión de sus emociones.

Aunque tal vez la desenfrenada concentración en ella -que eclipsa a los personajes secundarios y hace flaquear la narración luego de la primera parte de la película- no podía ser de otro modo, si es su cuerpo la base de su principal reivindicación. Es su cuerpo el que es juzgado por el médico que atiende a Orlando -el hombre mayor del cual estaba enamorada, con el que vivía y que sufre un aneurisma cerebral-, cuando le pregunta si Marina Vidal es su “apodo”. O cuando un carabinero le pide su carnet de identidad en el que dice que se llama Daniel y ella le tiene que explicar que su cambio de nombre es un asunto en trámite. Hasta ir al baño de mujeres es una pequeña y simbólica lucha para una mujer transexual.

Es su corporalidad la que es escudriñada por la agente de la PDI tras la muerte de Orlando con la intromisión en su intimidad, al consultarle si tuvo sexo con su pareja antes de morir. Marina queda completamente expuesta, humillada y transgredida en su dignidad cuando la hacen desvestirse y la fotografían, evidenciando ese cuerpo-otro que no responde a las características sexuales femeninas, pero que, sin embargo, es de su ser mujer. Durante la agresión física que sufre de parte del hijo de Orlando y sus matonescos amigos, la pregunta es justamente por si se operó, como si sus órganos sexuales definieran su identidad de género: “¡no entiendo qué eres!”. La otredad como monstruosidad.

Con uno de los personajes secundarios que logra asomarse, se produce una interesante escena cuando la exmujer de Orlando le pide a Marina que le devuelva el auto del fallecido (en el clásico despojo que viven las personas LGTBI cuando sus parejas mueren y que el Acuerdo de Unión Civil busca remediar) y ambas se reúnen en el subterráneo de un estacionamiento. Es mujer contra mujer: la ex que se imaginó por mucho tiempo cómo sería la cara de la que se llevó a su hombre y que al verla reconoce que “no me imagino a Orlando contigo” y la que estaba con él antes de morir y a quien él amaba, aunque sólo le haya dejado el vacío. La confrontación de ambas se produce en el inframundo, ahí donde la “monstruosidad” de la otredad tiene más oportunidades de expresarse que en la superficie (de hecho, el tono de la ex cambia cuando suben al primer piso: del dolor por la pérdida del ser querido en común, a la amenaza: no deberás aparecerte en el entierro).

Los subterráneos se repiten una y otra vez: el local donde Marina canta, la disco donde ella se refugia y desata su catarsis en medio del dolor que no le han dejado expresar, el restorán de comida china donde Orlando celebra su cumpleaños con un vale por dos pasajes a Iguazú, que estaban en un sobre que nunca aparece (ni siquiera en el casillero del sauna que se descubre vacío).

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Su fantasía la hace fantástica

La discriminación y la sospecha, esas que nunca abandonan a las personas trans, instaladas. ¿Cómo no iba a salir corriendo del hospital tras la muerte de Orlando, entonces, si ya era sospechosa de su muerte por ser como es?

A Marina no le permiten hacer su duelo. La familia de Orlando le impide asistir al velorio y al entierro. Incluso, su hermano (el más comprensivo de la familia) le ofrece un poco de las cenizas de su amado a cambio de no aparecerse. Unas migajas de su cuerpo, del que no le dejan despedirse, con el que no puede hacer el rito del adiós, como un desaparecido del que nunca se supo su paradero: cómo convencerse de su muerte y vivir el dolor, sin verlo ya despoblado del hálito de vida. Pero en este caso sí se sabe dónde está el cuerpo y hasta allá va Marina, a pesar de la prohibición de la familia. Es en el crematorio donde Lelio vuelve a recurrir a la figura fantasmal de Orlando (que se le aparece en no pocos lugares) y a la fantasía de Marina -que de algún modo explica por qué es una “mujer fantástica”-, que logra visualizarlo vivo para despedirse.

Marina busca el olor de Orlando en la ropa de su closet, tal como en la película recientemente estrenada en el Festival de Cine de Mujeres (FEMCINE), el melodrama en riguroso blanco y negro Una luz incidente, de Ariel Rotter, en que la también viuda -Luisa- huele el sweter y plancha las camisas de su fallecido marido, como buscando ahí su recuerdo. Si la discriminación por género, por clase y el modelo de familia tradicional impide a Marina hacer su duelo, lo que se lo imposibilita a Luisa en la Argentina de los años sesenta es la imposición de un rol y estereotipo de mujer que la obliga a volver a casarse para tener una familia también tradicional.

Lo trans de los géneros

Lo trans de la película no sólo está en la identidad de género de su protagonista, sino también en el tránsito entre distintos géneros cinematográficos como el drama o el musical, que se grafica bellamente en los colores del arcoíris de la luz que en las primeras escenas baña a Orlando y Marina bailando lenta y enamoradamente en alguna boite en el centro de Santiago, y en varios otros planos con coloridos filtros, casi como bandera LGBTI.

El juego entre distintos géneros es una herramienta de la que también echa mano Nicolás Videla en El diablo es magnífico (estrenada en el Festival de Cine de Valdivia del año pasado), pero por razones distintas. El documental sobre la vida de Manuela, una mujer trans que se autoexilia en París para escapar de la discriminación que sufre en Chile, es hibridado con ficción en una suerte de halo protector para no exponer del todo la vida de sus protagonistas, permanentemente expuestos a sufrir agresiones por no encajar con los patrones de la "normalidad".

Algunos tintes de musical están presentes en ambos largometrajes. La historia de la chica trans comienza con su baile en la Plaza de la Bastilla al son de la ópera, como apelando a la promesa de libertad, igualdad y fraternidad del país galo que luego se convierte en incumplida. En el caso de Marina, es ella la que canta una aria de Haendel en una bellísima escena, mientras el viento le vuela el pelo y casi le impide seguir avanzando en su camino cuesta arriba. El disfraz, la fiesta, los drag queen como una estética asociada a la transexualidad como uno de los pocos espacios de expresión para las personas trans, está también en la “fantasía” de Marina, que se imagina bailando entre plumas y brillantes colores.

Poner en pantalla lo que habitualmente no está en ella es un ejercicio que el cine nacional reciente está haciendo, con películas que sin ser militantes sobre los derechos de la diversidad sexual exponen su cotidianeidad o donde la identidad sexual y de género son un elemento clave en la trama. Como en Rara, de Pepa San Martín, el "road movie emocional" en que el espectador acompaña a una familia donde hay dos mamás mientras ésta se va desfragmentando. Por las premiadas Una mujer fantástica (Oso de Plata a mejor guión en el Festival de Cine de Berlín 2017), Rara (premio del jurado internacional Generación Kplus en Berlinale, Horizontes latinos en el Festival de Cine de San Sebastián) o Nunca vas a estar solo (Teddy Awards en Berlinale), el cine chileno está siendo reconocido a nivel latinoamericano por abordar temáticas LGBTI, poniendo en pantalla historias y personajes hasta hace poco invisibles.

Nota comentarista: 7/10

Título original: Una mujer fantástica. Dirección : Sebastián Lelio. Guión: Sebastián Lelio. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Montaje: Soledad Salfate. Música: Matthew Herbert. Reparto: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Küppenheim, Nicolás Saavedra, Amparo Noguera, Antonia Zegers. País: Chile. Año: 2017. Duración: 104 minutos.