Diálogos Exiliados (9): El realismo socialista

De todos los proyectos emprendidos por Ruiz en su primera década artística, "El realismo socialista" acaso es el más fascinante y ambicioso: realizado en 1972, cuando la vorágine de la Unidad Popular aceleraba sin parar, la película puede ser leída como una foto descarnada del período y al mismo tiempo como resumen de todas las preocupaciones estéticas del realizador. Ahora, todo eso se hará más claro cuando se conozca la versión definitiva del film, actualmente en proceso de remontaje y restauración. Por ahora hay que conformarse con lo que se alcanza a ver en youtube.

El realismo socialista (1972)

 

Christian Ramírez: Estamos en una situación nueva. Lo que se puede ver de El realismo socialista en Youtube y en otros lugares es una versión muy abreviada de lo que se supone es el film original. El problema es que Ruiz, al parecer, nunca acabó por darle una forma definitiva a su película. Cuando habla con Benoit Peeters, dice que esta película es muy larga y en el libro de Yenny Cáceres se habla de diversas versiones -la más larga de 270 minutos-, así que imagínense. Ver sólo 50 minutos del total, eso es a lo que uno tiene acceso, es casi como mirar un trailer, ¿no creen?  

Quintín: Sí, me parece una situación anómala. Se habla de versiones de cuatro horas y de cuatro horas y media. Incluso se menciona una de dos horas que Ruiz y Valeria Sarmiento prepararon para una retrospectiva en Londres. Y aquí estamos, apenas con este video de cincuenta minutos con subtítulos simultáneos en francés y neerlandés. Me pregunto de dónde puede hacer salido esta versión, cuál es su origen. Y también me resulta un misterio que ninguna de las otras versiones haya emergido o reaparecido hasta ahora. Es todo muy frustrante, porque vista así la película es una colección de escenas que no sé quién eligió ni para qué.

Alejandra Pinto: Yo vi una versión que encontré en línea de cincuenta minutos, donde no había créditos al inicio y sólo un par de referencias a las traductoras de los subtítulos al final. Por lo mismo, nos lanza de una patada a lo que nos va a contar, pero se siente como una sucesión de postales sobre la película en sí. ¿Quién montó esto?

R: ¿Valeria Sarmiento y Ruiz? ¿Será un trozo superviviente del material que se dio en el British Film Institute en una retrospectiva de Ruiz, a principios de los 80? ¿O un extracto de eso que fue a parar a la televisión de los Países Bajos? Por los subtítulos, digo… Esto más bien parece trabajo para detectives.

P: Es una especie de concentrado del tema central, una pauta de trabajo. Todo lo que vemos son temas que pueden seguir siendo explorados, así que no me extraña que haya lugar para 200 minutos más de los que vimos.

Q: La otra cuestión es quiénes alcanzaron a ver la película original, la famosa versión larga, o una de ellas. Unos que sí vieron algo fueron los redactores de la revista Primer Plano, que en octubre de 1971 le hacen una larguísima entrevista a Ruiz que se puede encontrar en los archivos online de Cine Chile. Es un documento muy valioso, en especial en lo que se refiere a esta película. Es un Ruiz decididamente militante, tal vez la versión más militante que se pueda encontrar de él entre sus entrevistas. Habla como un cuadro político que quiere que sus películas sean un instrumento de las masas proletarias y arroja luz sobre las intenciones de la película, aunque estas declaraciones no se puedan cotejar provechosamente con los cincuenta minutos que vimos.

R: Es que, a la luz de lo que uno alcanza a ver, el Ruiz militante que aparece en la revista presenta su propia crítica de esa experiencia, o de lo que ha generado esa experiencia, en estas escenas sueltas. Lo que por ahora tenemos disponible de El realismo socialista es reflejo de eso: un relato que posee dos brazos. En uno seguimos las correrías de un obrero joven, interpretado por Juan Carlos Moraga -quien en la vida real era un dirigente del sindicato de Chile Films-, y a quien vemos pidiendo disculpas por haberse robado una maleta de herramientas en la toma de la industria donde trabaja; luego, aparece visitando a su exmujer (en busca de apoyo moral, y quizás económico); va a una entrevista con un patrón ligado a la ultra derecha; más tarde, lo divisamos matando a otro jefe y después yendo a una extraña entrevista con un personaje encarnado por Javier Maldonado, en la que al final se le pide que delate a alguno de sus compañeros: se niega y acaba acuchillando a un guardaespaldas del entrevistador; se lleva un arma y al rato aparece baleando gente en una boite mientras pide que le canten el “cumpleaños feliz”. Su odisea aparentemente acaba donde empezó, en otra junta obrera, donde lleva unas pistolas y les propone formar una “célula contra la burguesía”, pero que en el fondo no es más que una banda para asaltar gente. Le dicen que no, entonces se para y se va…

Q: En lo que pudimos ver, esa parte de la película está más o menos clara: el obrero con tendencias lumpen que empieza robándose las herramientas de sus compañeros, después se convierte en esbirro de la ultraderecha, luego en una especie de asesino serial y, finalmente, en un ultraizquierdista que quiere practicar el terror con fines de lucro. Es un personaje que tiene algo del Tito de los Tigres y del Lucho de La expropiación. Su temperamento contrasta con la moral revolucionaria y la claridad política de los dirigentes obreros de la fábrica y es una de las lecciones brechtianas que Ruiz quería impartir en la película, al menos según la entrevista. Pero, en cambio, en este mega trailer como lo llama Ramírez, el otro brazo del relato aparece más oscuro: el del ambiente de poetas pequeñoburgueses de izquierda, que disputan entre sí y se traicionan. No se entiende, al menos yo no entendí, por qué los integrantes del fallido Frente Poético (FP) se suicidan en masa. Y, aparentemente, hay una tercera sección en el film (todas se intercalan) sobre un diputado de la UP. De eso creo que no queda nada en la versión franconeerlandesa.

P: Al parecer, la idea de la película era hablar de estos dos frentes en paralelo, en donde el obrero se derechiza y el otro personaje va yendo cada vez más hacia la izquierda. Sin embargo, hay dos momentos que me llaman la atención. En uno el obrero está hablando con un patrón en un living muy amoblado -Ruiz coloca su cámara estratégicamente detrás de la espalda de éste-; el tipo le ofrece un trabajo, nada muy claro, y la escena termina con el patrón que se retira mientras sigue monologando y sale por la puerta trasera. Una forma de escapar y mantener tranquilo a este representante de la masa que no quiere saber de cooperativismo: al final, es la clase dominante la que ha influido en esas personas en mantener una lógica capitalista, pero no sabe cómo responder a su demanda. Un rato después, aparece esta conversación entre los representantes del FP, que hablan sobre cómo un gobierno socialista aplana las posibilidades de revolución (“La gente está tranquila, todos contentos…”) y de alguna manera añoran la posibilidad de un gobierno más conservador, que provoque a la población.

R: Como dice el personaje de Javier Maldonado, en una escena: “cuando gobernaba Alessandri, ¡todos contra Alessandri!”. Muchas de las cosas que se conversan y ruminan en esos fragmentos con los miembros del FP tienen aspecto de conversación masculina de bar, oscila entre ser extremadamente lúcida y extremadamente trasnochada y patética. O muy perdidos o muy encontrados. Es algo que ya hemos visto en los Tigres, en Nadie dijo nada e incluso en Qué hacer. La diferencia radica en que esta pandilla de pelotudos que al principio del fragmento andan felices -”ganamos, ganamos”, y nunca sabemos bien quién, qué o cómo se ganó-, luego se va disolviendo, fragmentando, drenando de energías y finalmente acaba suicidada en masa, ante la imposibilidad de seguir. Uno tiene la tentación de pensar que el FP es la transposición de los compañeros de Ruiz en el PS, o meramente de ese grupo de amigos formado por el propio Maldonado, Waldo Rojas, Darío Pulgar y varios otros comensales y amigos del alma del director. El problema es que, tal como dice Q más arriba, es sólo una conjetura que no acaba de estar cerrada: los 50 minutos de metraje se acaban justo cuando uno quiere pasar más y más tiempo al lado de esta gente.

Q: Para resumir una idea que nos ronda, es absurdo cerrar la interpretación de esta película en un par de ideas más o menos obvias que a uno se le pueden ocurrir viéndola, como que el personaje del obrero y su catarsis de violencia es una versión más violenta del Tito de Tres tristes tigres. De ese modo uno contribuye, me parece, a que las películas de Ruiz sean capítulos cerrados de una historia más o menos escolar del cine chileno (o del cine mundial), lo que resulta una buena manera de matarlas. Estamos tan lejos de la película terminada que incluso leí que Ruiz decía que era un musical, que tenía muchas canciones, pero eso no lo vimos y ni siquiera lo sospechamos. También dice Ruiz en la entrevista de Primer Plano que utilizaba principios de la música aleatoria en la puesta en escena. Pero eso tampoco lo podemos comprobar.

P: En la filmografía comentada, recopilada por Bruno Cuneo en Ruiz, de Ediciones UDP (2013), Ruiz incluso señala que se vale de algunos elementos del melodrama mexicano para filmar esta película. No los encontré en ninguna parte. La misma duda me asalta sobre el sonido de los disparos. ¿Sería intención del director que éstos sonaran apenas como el click de las pistolas de fogueo? ¿Es un asunto de edición de sonido solamente? Me frustra no tener esa información.

R: Y puede que la idea haya sido precisamente esa: que los disparos sonasen como de pistola de juguete, reduciendo toda la masacre de la boite a un juego infantil. No te olvides que cantan el cumpleaños, al final… Sobre lo que mencionaba Q un poco antes: creo que una buena pista en torno al diseño pensado para el film son las referencias de Ruiz a las narrativas paralelas, que avanzan cada una por su cuenta, pero que nunca se tocan realmente. Él dice que se inspiró en Ciau Masino, una colección de cuentos y poemas de Cesare Pavese que fue editada en forma póstuma, y que había comenzado a circular vía Alianza Editorial en 1971; es decir, justo antes del rodaje de El realismo, en los primeros meses del 72. No me cuesta nada imaginar a Ruiz hojeando el libro, mientras piensa en su película. El otro modelo, según él, son Las palmeras salvajes de Faulkner. Bien ambicioso todo, como pueden ver.  

Q: Así como resulta un poco ocioso hablar de la película fantasma, se me ocurre que, en cambio, los testimonios de Ruiz de ese momento y posteriores sirven para echar cierta luz oblicua sobre la película, que la hace interesante de un modo indirecto pero políticamente dramático, además de muy actual. En el libro Los años chilenos de Raúl Ruiz se cita una entrevista que Ruiz le dio a los Cahiers du Cinéma en ocasión de un especial que hicieron sobre él en 1974 (entre paréntesis, estoy intentando que mis amigos de los Cahiers actuales me manden un ejemplar, pero hasta ahora no lo logro). Dice Ruiz algo que ya hemos mencionado, que Chile era un teatro, “una utopía frágil”, una puesta en escena que venían a ver los turistas de la izquierda como Yves Montand: “Estábamos persuadidos de que lo que pasaba en Chile era el guión de lo que habría de pasar años más tarde en Europa. Una toma del poder que no lo era realmente, con una perspectiva leninista en un contexto socialdemócrata.” Me impresiona mucho esa frase, sobre todo en relación con esta otra, que aparece en la entrevista de Primer Plano: “El hecho de militar en un partido marxista te obliga a pensar en ciertos hechos. A pensar, por ejemplo, en que la capacidad de información, que antes estaba concentrada en la derecha, dentro de poco estará concentrada en un aparato estatal, lo que no significa necesariamente que alcancemos el ideal que, como marxistas, perseguimos”. Es que no sólo Yves Montand venía a ver qué pasaba en Chile, también Fidel Castro. Y esa frase de Ruiz, sobre la concentración de la información en el aparato estatal, es una indudable referencia a un gobierno de modos estalinistas, del que el cine de propaganda cubano que Ruiz detestaba era una clara avanzada. Pero, de todos modos, no hay duda de que Ruiz veía claro algo que hoy es evidente: que una izquierda moderada puede perder las elecciones o sufrir un golpe de Estado y que, para retener el poder, el modelo estalinista, centralizado y sin disidencias internas, resulta más eficaz. Cómo me gustaría, una vez más, poder preguntarle todo esto a Ruiz y ver cómo fue cambiando su pensamiento al respecto.

R: Puesto así, parece una versión reelaborada y repensada de las noticias recreadas por los habitantes de Cautiva, al interior de La colonia penal. No hay que olvidar que todos esos films políticos de Ruiz fueron realizados en un lapso muy apretado de tiempo, no más de 18 meses.

P: Con esto que acabas de decir me hacen aún más sentido estos dos momentos en que la película toma conciencia de sí misma. Primero, cuando Nemesio Antúnez hace su proclama frente a cámara -no sabemos qué papel representa, aunque semeja un político de derecha-, y en mitad de su discurso se sale de papel y riendo dice “las cosas que me hace decir Raúl”. Luego, en la escena final, cuando el obrero vuelve a la industria cada plano es antecedido por un clap de la claqueta. Todo parece hecho y confabulado, pensado para poner en evidencia la puesta en escena de ciertos temas que agradan a quienes están mirando nuestro proceso político con buenos ojos.

R: A ratos, me figuro a El realismo socialista concebido como una de las Bellas Artes -porque ese era su título original- como una suerte de summa de todo lo que había pasado por la cabeza de Ruiz desde la elección de Allende en adelante. Quizás por eso el tamaño, la duración, el elenco expandido… como si fuese una superproducción minúscula, una que opera en gran profundidad y cuyas conclusiones aún están por sopesarse (quizás lo hagan cuando Poetastros, la productora que ha ido rescatando uno a uno los filmes inconclusos de Ruiz, por fin estrene la versión que está restaurando), pero que de momento sólo puede entenderse en términos de underground, de marginalia, de historia paralela. Si su duración llega a empinarse por las tres horas, como parece que será, estamos hablando de una película que podría dialogar en el futuro directamente con La batalla de Chile. De hecho, lo primero que vemos en nuestro fragmento -la discusión en la toma de la industria- es impresionantemente similar a “El cordón Recoleta”, uno de los segmentos más difundidos de la segunda parte de la película de Guzmán.

Q: Me sigo asombrando de que estemos viendo el primer período chileno de Ruiz en versiones mutiladas y en copias infames (para no hablar de las películas perdidas). Me pregunto cuál es exactamente la causa, pero también creo que ha llegado la hora de que se pueda ver a Ruiz como se merece. Tal vez, incluso, como nos merecemos nosotros.