It Capítulo 2 (2): Miedo al miedo

Tristemente la película acaba por chocar contra un resultado que siempre está latente en los remakes, es decir, que la fórmula se diluya en la nada y nos quedemos con un sabor de boca similar a la original. Vivimos en la era de la nostalgia, por lo tanto esos resultados son esperables, pese a que no conmina a determinada obra a caer en aquello.

Sin duda, vivimos tiempos oscuros. Los aprietos del presente, en toda su diversidad y en todos sus volúmenes, parecen haber tocado techo por algo tan objetivo como el hecho de que las soluciones no se han logrado imponer; y dentro de toda la gran gama de temores sociales que esto propicia, el miedo general a la inestabilidad late nuevamente, reverberando de modos variopintos en las distintas realidades nacionales.

No obstante, y pese a todos los nuevos vasos comunicantes que se han abierto en el nuevo tejido social globalizado, estas problemáticas actuales generan modos de canalización que ya hemos visto en otros periodos de la historia humana. Uno de esos canales es un sitio eternamente disputado y hoy hegemonizado por el Orden global: el cine; el cual sigue funcionando como uno de esos amortiguadores ante el advenimiento de “algo malo que atentaría contra la civilización del bienestar”. La mayor parte del tiempo contra la civilización norteamericana, hay que decirlo. Característica que no es un hallazgo si se entiende el rol político de Hollywood.

Debo partir señalando que, por su popularidad, el género de terror ha sido uno de los más funcionales a estas dinámicas. Ya sea para dar respuestas o, simplemente, para constatar estos temores hacia amenazas casi ineludibles. El terror ha tenido distintos tintes y acentos dependiendo de la otredad vigente que infunde miedo. Ya sea la guerra nuclear, desastres ecológicos o el temor a la sexualidad libre, tal y como sucedió en los ochenta con todas las cintas slasher en un contexto de dominación conservadora y enfermedades venéreas. 

La película que aquí reseño está imbricada en este cause dialéctico, no sin mantener distancias con sus antecesoras. No tan solo por los giros y sincretismos que han ido sufriendo todos los géneros cinematográficos, sino porque en este presente no está tan claro a nivel social el “hombre de paja” catalizador de los temores (si es que ya no se les ha ocurrido crear un monstruo o un serial killer con rasgos chinos o norcoreanos).

It, capítulo 2 de Andy Muschietti, al igual que su antecesora, no está ajena a los fenómenos epistemológicos de esta nueva era, y que sin duda penetran existencialmente los guiones que se han ido gestando para la pantalla grande (y pequeña). Uno de esos síntomas de época es la carencia general de certezas. Aquello no es misterio, pues antaño el binarismo generalista “oeste versus este” proporcionaba un terreno relativamente firme en donde las subjetividades podían moverse dentro de categorías pre-configuradas, así dando una significación a una serie de esperpentos con mayor capacidad de cuajo. En cambio hoy, con este régimen de lo “líquido”, no sabemos bien quién o qué es la amenaza, pues ahora es una sumatoria de miedos fragmentados -aunque provenientes de una misma fuente-; y consciente o inconscientemente en It esto se manifiesta en una multiplicidad de pavores que acosan a los protagonistas (la pandilla llamada Los Perdedores), y que van desde fobias a la suciedad hasta traumas familiares no resueltos. Reflejos de una sociedad que ya no le teme al “horror nuclear rojo” o al machete moral del partido Republicano, sino que a muchas cosas simultáneas, a veces pedestres, pero que no podemos controlar, y que alteran nuestra estabilidad diaria.

En la parte 1 queda claro que el payaso Pennywise no existe como tal. Esta forma es una más de sus mascaradas, pues no estamos en presencia de una identidad unívoca e inmutable como el Godzilla de Ishiro Honda o los muertos vivientes de Romero; es más bien una fuerza de la naturaleza provista de capacidades insospechadas para inspirar el horror en sus víctimas. El libro de Stephen King es muy claro al señalar que esta “cosa” casi metafísica existe desde que el mundo es mundo, y que siempre ha estado hibernando y re-apareciendo periódicamente en Derry (ciudad ficticia presente en el imaginario del escritor).

Los instantes en que esta “anomalía” galáctica emerge son gatillados por cualquier evento sangriento que deje tras de sí traumas en el poblado y temores hereditarios, desde masacres de tribus nativas hasta crímenes homofóbicos. El miedo es la médula de esta “cosa”, y lo que le da la fortaleza para devorar (literalmente) a sus víctimas, las cuales siempre son jóvenes con características “distintas a las del común”, y que operan en ellos como un talón de Aquiles que los vuelve presa fácil para ser manipulados y luego mutilados por Pennywise.

Por lo tanto, se infiere, evidentemente, que el Miedo, planteado en abstracto, es el tema central de la dos partes de It, y que encaja con lo apuntalado párrafos más arriba. Este monstruo puede ser todo y al mismo tiempo ser nada, dependiendo de cómo una potencial víctima lidie con él. Premisa que siempre ha sido atractiva, que sin duda hoy le viene como anillo al dedo a nuestras subjetividades sometidas a este régimen de lo líquido. Incluso contando con una moraleja que está prácticamente entregada en bandeja, pero que aún así calza muy bien en la primera parte. Sin duda una conjunción de méritos entre lo bien adaptada que está la película y la talentosa imaginación indiscutible de King como creador de esta fantasía. 

Por otro lado, en esta entrega dicha propuesta es propensa a agotarse y, al mismo tiempo, agotarlo a uno como espectador. No está de más recordar que la novela de King se estructura incluyendo las tramas de ambas partes (eso explica lo macizo que es el libro); desde Los Perdedores enfrentándose a Pennywise en su infancia, hasta la revancha final siendo adultos. Es un poco arriesgado compararla con la novela, aún así en esa linealidad funciona de mejor manera el planteamiento de It, pues da todo de sí y arranca enérgicamente hasta su desenlace. Cualidad que la versión del 2017 logra muy bien pese al final abierto (que tampoco es tan abierto, por lo mismo siento que pudo haber acabado todo ahí). Inclusive corriendo el peligro de ser peor que aquel bodrio filmado para la TV en 1990, aún así lo supera en cuanto a la atmósfera, efectos y actuaciones, como también en su opción por multiplicar las circunstancias aterradoras. Entregando una suerte de síntesis de buena parte del ideario de terror que el género ha rubricado a lo largo de su historia, siendo esto el núcleo de sus aciertos como película y que nos regocija a los seguidores de este tipo de cintas. 

En cambio, la división en dos que hicieron no ayuda mucho a que captemos con el mismo interés lo que sucede en esta segunda entrega. Esa división debilita mucho el nuevo aire que debe tomar el relato para iniciar con la misma energía constante y creciente que alcanzó muy bien la anterior. Al mismo tiempo, es lastrada por su excesiva duración, lo poco interesantes que son Los Perdedores adultos del siglo XXI (pese a lo bien logrado que está la continuidad del casting, empero la pandilla ochentera de niños era mucho más atractiva y entrañable) y porque acaba cumpliendo el mero rol de ser una suerte de eslabón de todo el engranaje terrorífico que alcanzó la anterior, y que lo ata, con ripio y todo, a la esperada batalla final en donde la criatura es derrotada, nuestros protagonistas alcanzan la plenitud, todo se torna color rosa y nos llevamos para la casa una muy bien cocinada moraleja. No hay ninguna constatación nueva bajo el sol, solo una mera fórmula idealista en la que el bien le gana al mal. Y digo esto a conciencia de que en el libro opera así, pero por algo es una adaptación, y además situada en el 2019, cuando evidentemente hay cartas muy ricas en contenidos que se pudieron haber jugado, pero no se jugaron. 

Además, ese exceso de subjetivismo determinante a la hora de si la bestia ataca o no, y que funcionaba bien en la versión de hace dos años, pero aquí sufre los coletazos de la división de la linealidad narrativa, pues lógicamente ahora no resulta ser una sorpresa, es algo algo ya conocido, reiterativo y que se aferra a un nuevo catálogo de sobresaltos (algunos muy efectivos); uno que otro hallazgo que molesta la psiquis de Los Perdedoreso escenas que apelan en demasía a situaciones del título anterior y que devienen en prescindibles o meras nostalgias formales hacia un pasado estilístico no tan remoto en que It sí operaba con cierta novedad en nuestra cabeza. 

Tristemente la película acaba por chocar contra un resultado que siempre está latente en los remakes, es decir, que la fórmula se diluya en la nada y nos quedemos con un sabor de boca similar a la original. Vivimos en la era de la nostalgia, por lo tanto esos resultados son esperables, pese a que no conmina a determinada obra a caer en aquello. Allí es dónde radica la genialidad de ciertos títulos al realizar virajes autónomos a las sendas que tomaron las cintas originales.  

A su vez, esta película se mueve en otra contradicción. Ya que sus componentes naturales no solamente siguen aproximándose muy bien a ese miedo individual y fragmentado que ataca hoy en día a nuestras subjetividades. Sino que, al mismo tiempo, manifiesta síntomas del empantanamiento que puede sufrir el género, mayoritariamente facilitado por esta oleada de remakes y reboots de películas de terror que se han dado en el último ciclo. A vista y consideración de que lo que inspira miedo hoy en el mundo real es más confuso que años anteriores, It, capítulo 2 no termina de generar ese ensamblaje de modo más consciente, otorgando un carácter desigual entre ambas partes y desaprovechando una oportunidad importante. 

La película se diluye en esa abstracción en lugar de usarla a su favor, que otrora era su creativa apuesta, pero por el agotamiento de este capítulo, se vuelve una trampa. Ya que al no ser aprehensible la metáfora de la bestia, sino que una mera fantasía que funciona en su propio universo, el trabajo se torna en una fórmula fácil y con nula capacidad de echar raíces lúcidas en el presente para contar con esa contemporaneidad que caracteriza a otros títulos actuales miembros de la misma familia. Han sucedido excepciones gratificantes, en dónde la película tiene una conexión sólida y espeluznante con el ahora, como lo es el genial reinicio de Halloween (2018) de David Gordon Green (el miedo generacional que infunde en las mujeres el machismo y la misoginia en su expresión más salvaje). Incluso otras iniciativas notables (aunque más sincréticas y que mantiene diálogos con anteriores exponentes del terror), como la saga de La Purga de James DeMonaco.

En cambio, It, capítulo 2 se queda trabada en una zona intermedia de poco atractivo dramático para la concatenación de los sucesos que le irán dando la forma y el fondo que uno espera en una película de terror contemporánea, haciendo de esta secuela un título casi innecesario. Y digo “casi” porque hay que “saber” cómo es derrotada la bestia, pero ese hecho no va tanto más allá que la primera parte, la cual dejaba un claro oscuro inquietante, algo así como cuando Freddy Krueger era “vencido” por la chica virgen de turno, pero uno como espectador sabía que probablemente estaba “vivo”, y que su regreso sería mucho más terrible que antes. 

El placer morboso, fascinante y maravilloso de ver una película de terror radica en eso. Y el valor añadido de un desenlace agridulce lo aproxima siniestramente a cómo funciona el mundo real (sobretodo este mundo actual tan incierto), y el nuevo capítulo de It deja ir torpemente esa posibilidad. Lo que me lleva a conjeturar que si se llega a convertir en un “clásico” del terror del siglo XXI, será gracias al marketing que se nutre de esa falsa nostalgia millennial, que es equivalente al miedo que le da la fuerza a Pennywise.

Nota comentarista: 4/10

Título original: It. Chapter Two. Dirección: Andy Muschietti. Guion: Gary Dauberman, Jeffrey Jurgensen. Fotografía: Checco Varese. Música: Benjamin Wallfisch. Reparto: Bill Skarsgård James McAvoy, Jessica Chastain, Jay Ryan, Bill Hader, Isaiah Mustafa, James Ransone, Andy Bean. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 169 min.