Super Mario Bros., La película: Mucho ruido y pocas caparazones

El enfoque racional es decepcionante, puesto que aniquila toda aspiración creativa. Un camino interesante habría sido descartar la lógica y abrazar la absurdidad del asunto, dejar que todo fluyera gratuitamente, resultando, así, un producto surrealista, que no es óbice para una narración convencional.

Es evidente que los ejecutivos de la compañía Nintendo querían hace tiempo darle el tratamiento cinematográfico a una de sus propiedades intelectuales. De consiguiente, aquí está Super Mario Bros.: La película (2023), la adaptación de Mario, su franquicia de videojuegos más famosa y la más vendida en el planeta. Sería ingenuo suponer que la multinacional tendría como objetivo el arte o la innovación. El fin último era promover su marca. Y después de dos proyectos no muy lucrativos y casi olvidados —una cinta de dibujos animados de 1986 y otra de imagen real de 1993 que es un clásico de culto— esta vez tenían que recuperar la onerosa inversión mediante una receta infalible.

Con Illumination a cargo de la animación digital, un par de eficientes directores en la dupla formada por Aaron Horvath y Michael Jelenic y con Chris Pratt, Anya Taylor-Joy, Jack Black y otras celebridades en las voces, el éxito era predecible. De hecho, ya es el taquillazo de lo que va de año, habiendo incluso destronado a Warcraft como la más rentable adaptación de un videojuego, con una recaudación que supera el billón de dólares a casi cinco meses de su estreno. Todo un triunfo.

Ahora bien, la bonanza me hace sospechar de su calidad. ¿Merecerá una nota sobresaliente? ¿O será mucho ruido y pocas… caparazones?

Empecemos por la trama. La pyme de plomería de los hermanos Mario —de overol rojo— y Luigi —de overol verde— no está rindiendo como quisiera. Brooklyn es un lugar difícil para que un negocio prospere, y se han gastado el poco capital que poseían en un divertido comercial que se emite en la televisión local. Su madre los apoya, sin embargo, el resto de la familia —todos estereotipos italoamericanos— y sus conocidos no confían mucho en la viabilidad de sus servicios fontaneros. Para revertir este ambiente hostil, Mario y Luigi saben que necesitan una ocasión, un cliente, algo muy especial, que los convierta en los plomeros indispensables para cualquier emergencia.

Hasta que una masiva fuga de agua inunda las calles y se ponen en acción; podría ser la gran oportunidad que habían estado esperando. Esta sección es vistosa, pues está presentada como un travelín en la que los plomeros sortean toda clase de obstáculos urbanos hasta que encuentran la causa de la fuga, emulando el icónico desplazamiento lateral de estos bigotudos personajes. Lindo detalle.

Pronto ambos están inspeccionando la tubería de la ciudad y… lo sé, el filme se demora mucho en entrar al terreno del juego, razón por la que los espectadores han atestado los multicines del planeta. Así que, cuento corto, una cañería los succiona hacia una dimensión desconocida, pero con el inconveniente de que cada uno aterriza en lugares distintos: mientras Mario cae en el Reino Champiñón, poblado por hongos antropomorfos, Luigi cae en las Tierras Oscuras, donde viven los Koopas, una pintoresca raza de tortugas lideradas por el malvado Bowser, quien quiere ocupar y controlar los otros reinos para impresionar y conquistar a la Princesa Peach, una humana caucásica que gobierna el Reino Champiñón, y, mira tú, Mario se enamora de ella y juntos intentan detener a Bowser y su ejército de tortugas y, de paso, rescatar a Luigi. (Bueno, no fue tan corto como quería).

El exceso de recovecos de la introducción pretende racionalizar un material inverosímil. Y, aun así, no es convincente. Uno podría decir que el videojuego es el más exitoso de la historia, a pesar de su elenco de criaturas estrafalarias, como hongos antropomorfos, gorilas, dinosaurios y plomeros. Pero yo creo que se debe, precisamente, a estos personajes y al sinsentido que los rodea: sólo un espíritu pueril congregaría a tantas especies variopintas para que coexistieran en un mismo universo de ficción, jugable y colorido. Nadie anda pidiendo explicaciones.

El enfoque racional es decepcionante, puesto que aniquila toda aspiración creativa. Un camino interesante habría sido descartar la lógica y abrazar la absurdidad del asunto, dejar que todo fluyera gratuitamente, resultando, así, un producto surrealista, que no es óbice para una narración convencional.

En su lugar, tenemos la estructura mitológica del viaje (el héroe masculino, el aprendizaje de nuevas habilidades, un pueblo en peligro, una princesa, etc.), fusionada con los clichés de Marvel Studios. Sí, hoy Marvel es el estándar de la escritura de guiones. La gran diferencia es que nos ofrecen el origen de un plomero y no de un superhéroe: Mario es talentoso e idealista, un paria que, de repente, consigue superpoderes y escenas poscréditos inclusive. Horvath y Jelenic demostraron su afinidad por lo absurdo en un par de hilarantes películas de animación basadas en superhéroes de DC Comics. En cambio, aquí los directores se notan constreñidos por una ambición mal calculada, cayendo en lo miserable de repetir la fórmula de un estudio especializado en el género de superhéroes, para garantizar una secuela.

Por otra parte, Super Mario Bros. tiende a evocar el pasado, como cuando se escucha Take On Me de a-ha, para luego darle paso a otras canciones de los 80, la década en la que Mario apareció por primera vez. La nostalgia es recurrente durante el visionado, ya que es el principal enganche, si no el único. Y la nostalgia es bienvenida, siempre y cuando no se vuelva una muletilla para camuflar la ausencia de ideas y verdadero sentimiento.

Dudo de que los niños pequeños posean el bagaje cultural necesario para enlazar esta música al videojuego. Sucede que es más fácil apelar a la sensibilidad de los adultos jóvenes para que algunos espectadores colmen internet, viralizando fragmentos, canciones y frases del filme. La promoción es la orden subliminal; la estrategia fue diseñada para nosotros, millennials, y es injusto.

¿Cuán cínicos pueden ser los ejecutivos de Nintendo e Illumination como para hacerles creer a los niños que son el público objetivo, cuando, en realidad, no lo son? Entonces ¿cuál es el mensaje para ellos? ¿Cuál es el tema? ¿Hay un tema? Esto no es Pixar. Coco, por ejemplo, hablaba de la muerte en términos comprensibles para los niños. ¿Qué pasa si el Reino Champiñón perece? No se venden entradas. A Super Mario Bros. no le concierne nada, no comunica nada y en absoluto estimula la imaginación de los niños. Y es deprimente pensar que vayan al cine, entusiasmados por ver a su personaje favorito en la pantalla grande, a sentirse excluidos de una experiencia que debería ser edificante para ellos, a aburrirse durante noventa minutos de chistes flojos y personajes no desarrollados; y, peor, a frustrarse porque su intelecto no sea capaz de absorber parte del contenido. Una película de este tipo jamás debería producir tal efecto en el público infantil.

Al terminar la función, me invadió el gran vacío que deja un espectáculo unilateral, donde el embaucador se beneficia de tu billetera y tú, ahí, inerme. ¿Qué me queda por hacer? ¿Jugar el videojuego?

 

Título original: The Super Mario Bros. Movie; Dirección: Aaron Horvath, Michael Jelenic; Guion: Matthew Fogel, basado en Mario de Nintendo; Producción: Shigeru Miyamoto, Chris Meledandri; Elenco (voces): Chris Pratt, Anya Taylor-Joy, Charlie Day, Jack Black, Keegan-Michael Key, Seth Rogen; País: Estados Unidos, Año: 2023; Duración: 92 minutos, Idioma: Inglés, con doblaje al español