FICV 2012 (3): Destrucción y exhuberancia

Un comentario generalizado sobre la programación de FICV este año tiene que ver con lo nivelada que está en todas sus secciones, confirmando así una línea de trabajo que no sólo se consolida en sus secciones (Gala, Nuevos Caminos, competencias y retrospectivas) si no que se amplia hacia nuevas zonas (excesos en 35 mm, revisión de clásicos latinoamericanos, España se rompe), y logra generar expectativas, y hacernos descubrir durante el festival obras y trabajos de cineastas y cinematografías que desconocíamos. El factor, sorpresa, el hecho de poder dejarse llevar, abrir vías y líneas para el cine, zonas impensadas hace un par de años, que complejizan los géneros y las categorías. Nada más fascinante para la crítica que tener que inventar, jugar a pensar como definir ciertos ejercicios y obras.

Ayer tuve un día lleno de vértigos en ese sentido, habiendo encontrado, creo, una de las grandes obras que se proyectará durante este festival.

 

Destrucciones. Una de las líneas de trabajo del cine contemporáneo tiene que ver con el gesto de tensionar su formato y su sistema de expresión, tendencia que se ha dado por vía del exceso o minimalismo. Otra de las vías viene desde el lado de la destrucción formal, la violencia del gesto.  Un art brutde cortes secos, ruidos saturados, desencuadres y cámaras movidas. Dos filmes, en este sentido:  Un mito antropológico televisivo (parte de la sección Nuevos caminos, firmada por un colectivo de cine experimental italiano) es el remontaje de tomas de cámara de un canal de televisión pre-Berlusconi que puede entenderse como un estudio de la enunciación televisiva y los cambios en la sociedad italiana. Un poco en la línea de Farocki- en términos de escudriñar en la imagen y el trabajo con material encontrado- el filme presenta el material “en bruto”, cortando acciones y hechos noticiososo en la mitad de su suceso. Los cortes “en seco” del montaje- a veces  incluso pasando por el corte de señal, o la pantalla en azul- y el gesto seco de  dejar el material encontrado “tal cual” – con su baja definición- no dejan afuera el señalamiento y la mirada analítica al material. Leviathan, por su parte, venía recomendada por José Torres Leiva y fue presentada por Gonzalo Maza con la advertencia de “prepárense”. Desde los primeros minutos del documental, sabemos que esto viene “en serio”. Cámaras diminutas- que entiendo pueden adherirse al cuerpo o al barco- una imagen saturada a la vez que hipersensible a la luz, un sonido “directo” para un trabajo donde los límites entre abstracción y figuración; ruido y sonido directo; documental y cine experimental se borran ( se revientan más bien). Un filme que pareciera querer destronar el punto de vista soberano para querer traspasar materialmente la experiencia  y que en más de un momento nos recuerda al frenesí de Dziga Vertov y su utopía de la “cámara-ojo”. De pronto, podemos ser parte de los pescados caídos en red, desde un lente que los deforma y los confronta de cerca; o podemos pasar de volar al lado de las gaviotas que acompañan el barco hasta caer bajo agua y quedarnos sumergidos, entre medio del ruido submarino, la obscuridad y los destellos de luz que se reflejan, a ratos, entre medio de la mancha y la sombra del lente, podemos acceder a un paisaje Turneriano que deslumbra en el borde del cuadro, todo esto con velocidad e intensidad.  Más que un “estudio” documental, el filme quiere ir más allá del directo y la observación, para volverse un trabajo sobre la fuerza destructiva  y el permanente movimiento del todo, traspasándose hacia los sentidos, haciéndonos perder el equilibrio, y el sentido de la orientación.

 

Murúa. Una de las retrospectivas que ha pasado desapercibida es la dedicada al cineasta y actor chileno que se radicó en Argentina Lautaro Murúa. Quien no haya visto sus películas quizás decir que Alias gardelito debe ser uno de los filmes más interesantes del cine argentino de los 60s, en un tono que tiene tando de barriobajero y marginalidad, como olor a ciudad y tango, un realismo “existencial” y sucio que se ve en varios de sus trabajos. Por lo mismo terminé yendo a ver Cuarteles de invierno una película filmada durante la dictadura argentina en 1984 y que es su última obra. Basada en una obra de Osvaldo Soriano, Cuarteles… es tanto una denuncia de la dictadura, como una profundización del estilo del director y de la línea general del cine narrativo argentino que se cristaliza en los trabajos de Adolfo Aristaraín, un realismo “criollo”, con bastantes elementos del policial,  y que aquí tiene por protagonistas a Galván y Rocha. El primero un tanguero conocido pero venido un poco en decadencia y magistralmente personificado por el actor Oscar Ferrigno, el segundo, un boxeador viejo, que está por dar su última pelea. Ambos coinciden en un pueblo cerca de Buenos Aires, donde un doctor moralmente ambiguo y un grupo de militares realizan sus fiestas mientras la ciudad está sitiada. Ambos se percatan que han sido invitados por el doctor solo para entronizar a las figuras militares. Entre medio, un loco medio vagabundo (una figura muy querida por Soriano), los acompañará en el trayecto cerrando así la galería de personajes perdedores y marginales. Murúa filma aquí con cariño a estos personajes que desarrollarán una amistad a lo largo del filme, transformándose en una metáfora sobre la resistencia cultural, silenciosa y acallada a la dictadura.

 

Carax. Y hacia la noche, Holy motors, último filme de Leos Carax (Les Amants du Pont-Neuf, Pola X, Boy meets girl), que llevaba desde 1999 sin presentar un largometraje. Figura de culto, su película presentaba aquí su estreno latinoamericano, precedida por el rumor que era la gran película del pasado Cannes que no recibió su merecido premio. Rumores más (o menos), el hecho es que quienes asistimos a la función de anoche me parece que asistimos a uno de los grandes filmes de este festival. Tanto la reivindicación de una poética cinematográfica, como la afirmación de una sobrevida exhuberante, fascinante y a la vez melancólica del cine. Holy motors es uno y diez filmes. Parte con la proyección en una sala de cine de películas de Muybridge, y un personaje que desde  atrás de la sala de proyección se asoma en bata, mientras un bebé se acerca a la pantalla para poder tocarla: la infancia del cine, su poder fascinador, el deseo de fabulación e identificación con sus historias. En adelante un personaje – melancólico y esperpéntico- que pasea en una limusina irá- cual juego de rol- personificándose en diversos personajes que, en cada fragmento, cumplirá algún tipo de misión. Cada segmento parece un género en sí mismo: musical, drama familiar, película de terror, video-juego. Una y todas las narrativas, donde puede llevar hacia zonas insospechadas, y tanto pasar de un musical melancólico- con Kylie Minogue- como la imagen de un cuadro religioso en una caverna, o un sofisticado salón de juegos virtuales donde una pareja copula con sus respectivos avatares. Ficción dentro ficción, recuerda a second life y profundiza el lugar de la teatralización, la máscara en el marco del mundo contemporáneo. Fiesta triste, carnavalesca, decadente, lujosa, exhuberante e irracional. Una política barroquista y absurda de la ficción que no renuncia al humor ni a la poesía. Enorme.