Los cines de mujeres en FicValdivia: lo autobiográfico y la subalternidad

En su diversidad de estilos, temas y géneros cinematográficos (aunque predomina el documental autobiográfico), lo que desde una mirada interseccional podríamos llamar "los cines de mujeres" (no son encasillables en uno sólo), suelen estar fuertemente presentes en el Festival Internacional de Cine de Valdivia. Tal fue el caso en su 30° edición con largometrajes y cortos dirigidos por mujeres con una particular mirada que en algunos casos podríamos considerar feminista, por su cuestionamiento a la representación estereotipada de las mujeres y la visibilización de su situación de vulnerabilidad, subalternidad y trasgresión de sus derechos.

En su ópera prima -el documental autobiográfico Historia de mi Nombre (2019)- la directora chilena avecindada en México Karin Cuyul (1989), ya había mostrado su arrojo y fuerza interna al confrontar a sus padres para encontrar respuestas sobre su identidad familiar, íntimamente relacionada con la historia de Chile reciente. Cuatro años más tarde, a través de materiales fílmicos caseros de otras familias, Karin Cuyul vuelve a los recuerdos de su infancia y al norte donde creció antes de vivir en Chiloé, para homenajear a su linaje femenino y deconstruir los roles de género, cotejando lo que se esperaba de su abuela en su rol de madre y esposa, y lo que ella y su generación han decidido sobre sí mismas, en su cortometraje Notas para el Futuro (2023), que fue parte de la selección de cortometrajes del 30° FicValdivia. 

En un tono reflexivo, con un sello propio que no hace más que crecer en su filmografía, en este ensayo de no ficción Karin Cuyul encuentra coincidencias y repeticiones entre su vida y la de su ancestra, a la que ella miraba como una mujer sola y sobre la que nunca antes de su muerte se preguntó por qué no rehizo su vida sentimental o sexoafectiva, tras separarse de su abuelo. ¿Acaso sus propios esquemas culturales anulaban el rol de mujer deseante que pudo haber tenido su abuela, de los cuales la directora se ha ido deconstruyendo con creces?

A sus cortos y maduros 34 años Karin Cuyul también es una mujer sola como su abuela y tiene su misma arruga en el rostro. Sufre los ahogos de un personaje de telenovela (“Olguita Marina”) que cada cierto tiempo necesitaba cambiar de aire, convencida de que las decisiones no son para siempre y que le basta su maleta y su perro para salir al mundo. Valiente y reflexiva, como es su costumbre, piensa en "todas las mujeres que no seré": la esposa, la madre, la abuela, a la vez que en un texto sobreimpreso en la imagen va describiendo sus ciclos menstruales, sus flujos y dolores como parte de una capacidad biológica con un tiempo definido de fertilidad. 

Mientras en su película anterior la falta de archivos propios por el incendio ocurrido en su casa y la situación de clandestinidad de su familia, la obligaron a pedir archivos de otros por redes sociales en fechas y lugares similares a cuando ella estaba en el colegio en Antofagasta, en Notas para el Futuro los archivos de la Filmoteca se vuelven patrimonio social sobre la memoria, costumbres y prácticas de generaciones anteriores.

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La visibilización de la situación de vulnerabilidad de mujeres privadas de libertad que han debido maternar tras las rejas, adquiere en el documental Malqueridas (2023) de Tana Gilbert -que tuvo su estreno nacional en FicValdivia y que es parte de la programación del Festival Internacional de Documentales de Santiago, Fidocs 2023- una dimensión superlativa al ser las propias presas quienes grabaron su realidad desde sus celulares, evidenciando su lugar de enunciación desde su especificidad subalterna y marginada. No estuvieron expuestas a la mirada de un otro que las filmara, sino que fueron ellas las que definieron qué encuadrar en dicha mirada, lo que permite al espectador exponerse en carne viva a un cine de lo real emotivo y sensible provisto de profunda verdad. 

En Malqueridas se instala el autorregistro como una reivindicación casi política: registrar con la propia mirada y ser las protagonistas de sus propias historias, en la convicción de su directora de que cuando narramos el mundo, nos apropiamos de él. En este caso, las imágenes de mujeres privadas de libertad que viven con sus pequeños hijos e hijas tras las rejas son prohibidas, clandestinas, por lo que el equipo tuvo el cuidado de darles uso cuando sus dueñas ya habían abandonado la cárcel para evitar represalias. 

Son archivos captados en la intimidad cotidiana, cuando cocinan, bañan a sus hijos, celebran sus cumpleaños con lo que tienen o se vinculan con otras compañeras de celda que se transforman en sus parejas. La reclusión se siente más fuerte cuando se cierran las puertas de la pieza cada noche y los pequeños se dan cuenta que los van a encerrar y llaman a la “cabo” (una de las primeras palabras que aprenden al adquirir lenguaje) para que no lo hagan. Son niños y niñas que, por las circunstancias de vida de sus madres, también están presos y son condenados al encierro.

Las grabaciones de los celulares vedados fueron una herramienta de espontaneidad y veracidad que han hecho de Malqueridas una película ampliamente reconocida y premiada en distintos festivales del mundo, llevándose el premio a la Mejor Película en la Semana de la Crítica de Venecia en la que se estrenó mundialmente, el Premio del Público en el Festival Internacional de Valdivia y recientemente el Premio Astor Piazzola a la Mejor Película de Estados Alterados en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

El vínculo entre el equipo y distintas madres privadas de libertad que sufren una triple condena (penitenciaria, social y personal) surgió a partir de talleres que permitieron acercarse a su realidad y que ellas confiaran su material de archivo (celulares). Así lo hizo Karina Sánchez, cuyo personaje en el documental revive la dura experiencia de distintas mujeres que vivieron su maternidad en prisión, que tiene una dolorosa especificidad de género: dados los roles patriarcales, su ausencia en la vida de sus familias mientras están recluidas tiene un impacto más profundo y los hijos quedan más expuestos a caer en una vida delictual. 

Las mujeres encarceladas suelen no recibir visitas, a algunas las esposan durante el parto presuponiendo que usan drogas, crían a sus hijos confinados, enfrentan el traumático momento de la separación a los dos años de los niños (la edad hasta la que pueden estar con sus madres), no saben si sus hijos están yendo al colegio o comiendo lo suficiente cuando están afuera, muchos de ellos terminan institucionalizados y muchas mujeres no logran recomponer el vínculo una vez salidas de prisión. 

Culminada su condena, Karina se convirtió en co-guionista de la película al aportar su experiencia en la cárcel en el ejercicio grupal de escritura, junto a la directora Tana Gilbert, la productora Paola Castillo y Javiera Velozo. Por su parte, Ana Cabrera terminó siendo la encargada del archivo colectivo de imágenes, conectando y reconociendo a las mujeres privadas de libertad que aparecen en ellas, que se convirtió en una especie de registro o custodia de memoria al que varias mujeres han recurrido para recobrar sus recuerdos con sus hijos, siendo a veces los únicos que tuvieron de su niñez.

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Otras de las propuestas de una cineasta latinoamericana exhibida en FicValdivia que puede inscribirse en “los” cines de mujeres por evidenciar los roles de género e innovar en su estructura narrativa de carácter híbrido, es Ramona -estrenada en la Berlinale este año- de la dominicana Victoria Linares, que aborda la maternidad juvenil desde una novedosa y provocadora aproximación. 

Aunque inicialmente estaba proyectada como una película de ficción, el hecho de que el proyecto se cayera por falta de apoyo y la dificultad de un actriz de otro segmento social de representar con propiedad la realidad de jóvenes de estratos populares que resultan embarazadas o de hablar en su nombre, significó que debieron repensar el proceso. El resultado es una interesante puesta en escena en que la actriz que tenía el rol de Ramona comienza a incomodarse con interpretar una realidad para ella desconocida y hasta le molesta la barriga falsa de embarazo que debe ponerse. A partir de los diálogos con la producción se va delineando el personaje, a modo de metarrelato donde una parte de la película son los testimonios documentales de las jóvenes y otra es la construcción del propio filme.

Comienza, entonces, su aproximación a las muchachas que viven en un pueblo donde el embarazo adolescente parece ser la tónica producto de una mirada patriarcal del rol de la mujer como madre, al punto que en una misma familia tres hermanas están embarazadas. La actriz protagonista Camila Santana va entrevistando a las chicas y en conjunto van desarrollando una creación colectiva del personaje, en que ellas analizan cómo debiera ser su actuación para ser más verosímil, aportan al guión y hasta la interpretan, porque pareciera que todas son Ramonas.

Ramona es la segunda colaboración de Verónica con la montajista chilena Melissa Miranda, equipo que había trabajado en conjunto en la ópera prima de la directora centroamericana Lo que se hereda (2022) -recientemente exhibida en la 17° Muestra de Cine Iberoamericano en la Cineteca Nacional-, una valiente aproximación autobiográfica en que Linares indaga en su árbol genealógico y rescata la figura de su tío cineasta Oscar Torres perseguido por sus ideas, por lo que debe dejar el país durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en los sesenta, y con quien también se hermana en la comprensión de la orientación sexual de ambos y la resistencia de sus familias, en épocas diferentes.