Ficciones chilenas 2016: Cine a ras de suelo

Una tendencia relevante en el cine chileno del 2016 ha sido la de acercarse al clima de malestar social del Chile post 2011, tendencia que ha estado presente en el cine chileno de los últimos años, pero que este año encuentra en el cine de ficción un abierto gesto de acercamiento a la contingencia  El primer rasgo, acaso, el más visible es el de basarse en hechos noticiosos relevantes de los últimos 15 años para desde ahí elaborar una universo dramático. El segundo, menos notorio, pero igualmente relevante,  es el acercamiento a las capas profundas de un país  en un clima opresivo donde distintos tipos de violencia circundan en una atmósfera social y afectiva.

Así, a las polémicas de hace apenas dos años en torno al "novísimo cine chileno" -como nomenclatura discutible y la acusación de darle las espaldas a su contexto social- el cine chileno del 2016 pareciera, al menos en su superficie, contestar con lo que podríamos llamar un “ajuste de expectativas” que puede corresponder tanto a una sensibilidad social mayor como a la búsqueda de una audiencia que le ha sido esquiva en los últimos años.

Aquí, antes que buscar categorías “post-novísimas”, nos gustaría apenas señalar algunos trazos y asociaciones que me han generado alguna reflexión.

Revisemos:

Tónica general: adaptación de un hecho noticioso de alto impacto para la generación de un drama con toques de realismo. Ambientes de climas urbanos opresivos. Abierto abordaje de temáticas de conflictividad social: discriminación social, marginalidad, impunidad política,  búsqueda de representar identidades sexuales menos visibilizadas.

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Resultados e intenciones dispares. El thriller en su variante psicológica en El Tila, fragmentos de un psicópata o veta más dramática y realista en Aquí no ha pasado nada, la primera basada en el caso del psicópata de La Dehesa, quien torturó y violó a sus víctimas en un bullado caso a inicios de la década del dos mil, le sirve a su director para realizar un alegato sobre las condiciones del aparato burocrático y judicial, suerte de determinismo social acompañado de un sistema de vigilancia y el control. La segunda, a partir de otro infame caso noticioso, el de Martín Larraín, hijo de un político de derecha que se ve envuelto  en un atropello y sale impune luego de un proceso de dudosa legitimidad judicial. Filmada desde el punto de vista de un personaje secundario en la noticia, concentra la acción en la impunidad jurídica y la fragilidad institucional para quien no cuente con los beneficios de clase. Una red obscura maneja los motores centrales de la acción que Alejandro Fernández Almendras combina con elementos “reales” intercalados en la ficción (el alegato en redes sociales y la noticia misma es presentada literalmente como sucedió en el hecho real). Aquí no ha pasado nada es un paso adelante en la filmografía de Fernández Almendras, alguien que ha venido construyendo un mosaico de películas en torno a conflictividades de clase. Idea que también está presente en la opera prima de Carlos Leiva, El primero de la familia. Aquí ya no se trata de un hecho noticioso, sino un dato: el de la desigualdad social y las condiciones de vida de una gran mayoría silenciosa. El personaje central es el primero de la familia que puede terminar la universidad e irse al extranjero. Mientras, en una casa familiar donde apenas cabe un grupo humano, el agua sale de las alcantarillas, junto con los odios, los sentimientos reprimidos y el clima inseguro del vecindario. Cerca de la literatura marginal y de denuncia, Leiva desarrolla un drama cerrado desde un sentimiento de soledad y aislamiento.

El caso Zamudio del año 2012 que concitó el interés de la opinión pública sobre temas de violencia y discriminación llevó a promulgar la ley antidiscriminación llamada “Ley Zamudio”. El hecho encontró ya su adaptación televisiva, varios libros y dos ficciones cinematográficas, la primera de ellas ya estrenada y la segunda por serlo durante el presente año. Me refiero a Nunca vas a estar solo, ópera prima del cantante Alex Anwandter. Antes que abordar directamente la crónica noticiosa, Anwandter se concentra en el clima afectivo y el duelo de un padre, dando a su vez una mirada a la soledad urbana en un Santiago lúgubre y otoñal, reflexionando sobre la precariedad de la salud y del seguro social así como sobre la intolerancia y el doble estándar como motores del crimen. Tema vigente, hoy, cuando las noticias hablan de varias agresiones recientes por discriminación sexual a jóvenes homosexuales y trans. El Santiago retratado por Anwandter se acerca al clima opresivo de El primero de la familia y Aquí no ha pasado nada, aunque concentra su pregunta en las condiciones subjetivas de las relaciones humanas. Y es algo que tiene en común con dos ficciones más vistas este año, Las plantas y Rara (¡ambas también óperas primas!).

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Las plantas de Roberto Doveris es un ejercicio que combina el retrato social con elementos de ciencia ficción distópica y una clara mirada de autor. Sigue a un personaje femenino que, en plena adolescencia, se abre al despertar sexual mientras cuida de su hermano en estado vegetal y su familia parece ausente. En un Santiago donde el K-Pop y el Manga se mezclan con las webcam sexuales y las citas por internet, Florencia busca su identidad a través de la carne. ¿Qué asoma en un mundo donde se movilizan cuerpos y miradas? Doveris logra desde la superficie de ese Santiago en sombra mostrar movimientos latentes que combinan la ingenuidad del tacto con el límite y el despertar del cuerpo, preguntándonos por las transformaciones de la subjetividad en el Chile actual.

Rara,  de Pepa San Martín, pareciera combinar ambas líneas: la adaptación libre de un hecho noticioso y una postura donde la intimidad y las condiciones de subjetividad están planteadas en el punto de vista narrativo. Sin subrayados, con calma, elipsis y observación, Rara nos habla desde el punto de vista de Sara, la hija de una madre -Paula- que vive con su pareja lesbiana -Lía- y cuyo padre divorciado termina ganando el juicio por la tuición. Antes que levantar una pancarta sobre derechos de tuición por parte de una pareja homoparental, San Martín es astuta al mostrarnos las fragilidades propias de la madre y la hija, ambas erráticas y con caracteres muy claros. Sara, en plena entrada a la adolescencia; Paula, una mujer con cierto grado de inestabilidad emocional fruto de la presión social, pero en ningún nivel se trata de una relación anormal. A pesar de ello, y en esas condiciones -humanas, reales- la balanza de la justicia opta por un modelo “correcto” de familia, lo que hace abrir una pregunta sobre los climas afectivos y las formas de la familia. Hay algo hermosamente feliz y luminoso en las imágenes de Rara, ello está presente en los planos del interior hogar, el retrato de una cotidianidad libre y en el tiempo que se da para seguir el crecimiento cotidiano de Sara. A la luz de todo lo anterior, Rara parece buscar en esa escala de la proximidad un cine de las relaciones humanas y los espacios afectivos.

Desde el panóptico social a la degradación de las relaciones sociales, desde las conflictividades antiguas - como la marginalidad- al derecho social de nuevas identidades sexuales, del plano general de lo social al plano cerrado de los vínculos humanos, parte importante del cine nacional de ficción del año que pasó realizó un paneo sugerente del Chile actual.