Cry Macho: El otro lado de la frontera

Con todo, y pese a lo que han querido hacernos creer, Cry Macho no se siente como una despedida del autor, sino más bien como una reflexión sobre el lugar que van tomando los mitos. Sin grandes artificios, con un estilo de dirección directo y con un guion que dentro de sus clichés explicita las obsesiones del director, Clint Eastwood sigue con su senda de revisión, cada vez más cerca del descanso, pero con la posibilidad cierta de seguir en ese camino. 

El miedo a la frontera es algo que sigue presente en nuestros imaginarios. El territorio conocido como lugar de confort, con todo lo que ello conlleva, sigue siendo una constante en nuestras historias, incluso desde la infancia. Salir de ahí implica también convertirse en otra persona, pero, a la vez, aceptar nuestras zonas menos iluminadas, comprender quienes somos fuera de lo que hemos conocido siempre y, tal vez, encontrar eso que esquivamente puede llamarse “hogar”. Clint Eastwood conoce eso, y como depositario de una larga tradición en el género western, no está dispuesto a hacerse a un lado. 

El western puede convocar esa mirada, asumiendo que desde sus inicios ha constituido una forma de acercamiento a la metáfora de la civilización versus lo salvaje. Varios directores de la época dorada fueron capaces de establecer ese vínculo de maneras más o menos similares, pensando en grandes clásicos como The Searchers (1956) y My darling Clementine (1946) de John Ford, o también High Noon (1952), de Fred Zinnemann. En estos casos, lo salvaje también involucra a los que están al otro lado de la ley y son capaces de pasar por encima de todo y todos. Cualquier persona que atente contra el frágil ecosistema conformado por la civilización, una que se ha tratado de construir a duras penas, se convierte en un peligro. 

Hay algo de todo esto en Cry Macho, la más reciente película de Clint Eastwood –con Eastwood nunca podemos apostar a que lo suyo es “la última” película de su carrera– que, más allá de instalar esa tensión, decide dar vuelta el ejemplo del miedo a la frontera. El renombrado domador de caballos Mike Milo, interpretado por el director, es despedido luego de una larga carrera dentro y fuera de las arenas del rodeo, pero al cabo de un tiempo es convocado nuevamente para una misión: cruzar la frontera hacia México para rescatar –y secuestrar, ya que estamos– al hijo de su anterior jefe. Pasar desde los territorios texanos hasta México supone asomarse a todos los tropos que han acompañado este tipo de películas, desde la pobreza del territorio latino hasta las supuestas decadencias que ahí pueden encontrarse, por lo que el viejo Mike lleva una predisposición al respecto que parece cumplirse al encontrar a Leta, la madre del niño, un estereotipo que cubre todo lo que esperamos de ella. 

Hasta ese momento todo parece apuntar a una historia conocida, pero la riqueza de la trama va más allá de los hechos. El encuentro de Mike con el adolescente, Rafael, quien cría a un gallo de pelea, va a suponer puntos de conflicto con nuestros propios conceptos en base al género del western. Aparentemente, todo está ahí, sin embargo, existe una base discursiva que se aleja diametralmente de la visión preponderante, una en la que lo central ya no tiene que ver con el heroísmo del protagonista de turno o con los personajes crepusculares que Eastwood interpretó a lo largo de su carrera, sino más bien con el reconocimiento de esas características, el sueño relacionado y el interés del joven Rafael frente a la realidad de su padre, hacendado, dueño de caballos, capo del rodeo, “big boss”. 

Eastwood conoce todo esto de manera muy íntima y, por lo mismo, esta vez decide poner todo sobre la mesa deshaciendo el encantamiento. “Ser macho está sobrevalorado”, dice en una de las escenas y con ello, de alguna forma, al igual que en sus anteriores The Mule (2018) y Gran Torino (2008), Eastwood está reconociendo las falencias y responsabilidades de su generación, esa que en gran parte conformó lo que hoy es su país y que fueron mutando el sueño americano hasta convertirlo en algo menos deseable. Mientras sus prejuicios y violencias internas exceden sus fronteras, Clint recuerda y pone en cuestión todos estos actos. 

Sin embargo, el director está lejos de ofrecer disculpas, en buena parte porque no necesita hacerlo. Su forma de enfrentar el western también habla de un reposo en sus decisiones, hilvanando con paciencia cada toma, sin espectacularidad, pero con total certeza de lo que está haciendo. Incluso la elección de su interés romántico, Marta, la dueña de una cantina, tiene algo de la añoranza por heroínas como Kathy Jurado, Dolores del Río y María Félix, todas mujeres que se encuentran al otro lado del río, como una promesa, un remanso, un lugar donde descansar. Eastwood logra hacer un cruce entre esa tradición y las nuevas expectativas de manera consciente, leyendo también la importancia de contar con una presencia femenina que vaya más allá de una damisela en apuros. Por el contrario, a la larga es ella quien lo rescata. Nada mal para un republicano de 91 años. 

Con todo, y pese a lo que han querido hacernos creer, Cry Macho no se siente como una despedida del autor, sino más bien como una reflexión sobre el lugar que van tomando los mitos. Sin grandes artificios, con un estilo de dirección directo y con un guion que dentro de sus clichés explicita las obsesiones del director, Clint Eastwood sigue con su senda de revisión, cada vez más cerca del descanso, pero con la posibilidad cierta de seguir en ese camino. 

 

Título original: Cry Macho. Dirección: Clint Eastwood. Guion: N. Richard Nash, Nick Schenk. Fotografía: Ben Davis. Reparto: Clint Eastwood, Eduardo Minett, Natalia Traven, Dwight Yoakam, Fernanda Urrejola, Sebestien Soliz, Horacio García Rojas, Daniel V. Graulau, Ana Rey, Brytnee Ratledge. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 104 min.