Midsommar (1): Individuo y comunidad

Midsommar parte de una imaginería pagana en donde la experiencia de lo común sólo parece posible en una práctica extrema, en una especie de secta que mantiene sus peculiares prácticas sacrificando a los extranjeros que no la comparten. En la película hay una oposición muy evidente entre la sociedad contemporánea de la que forman parte los visitantes y la comunidad-secta entre el medioevo y el hippie folk. 

1. Uno para el otro

Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) son una pareja estadounidense que está atravesando un momento crítico, tras perder de una manera terrible a su familia, Dani llama desesperada a su pareja, después se unirá con él y su grupo de amigos en un viaje a Hälsingland, una remota comunidad en Suecia para participar de una celebración de verano que se lleva a cabo cada 90 años. Con esta premisa Ari Aster articula su segunda película en donde explora en los claros oscuros de las relaciones de pareja y la vida en comunidad.

En la tradición cristiana de inspiración platónica (que tiene sus ecos en el amor romántico) la pareja tiene como fin convertirse en una unidad. La búsqueda de la otra mitad llevaría consigo una fusión total y con ello una suerte de renuncia de sí para reflejarse en el otro: la empatía total, el paraíso de la comprensión absoluta. Así, en Midsommar hay un juego dual con esta idea: la falta de empatía de la pareja y la experiencia de las emociones compartidas en la remota Hälsingland,

Dani, después de presenciar a Christian teniendo sexo con una mujer, sufre desconsolada hasta que el grupo de mujeres de la zona sufren con ella, compartiendo su dolor, haciendo de él una experiencia común. En este lugar no sólo se comparte el dolor, también el placer sexual; la cópula de Christian con una mujer de la comunidad, por ejemplo, es un hecho también colectivo presenciado por mujeres de todas las edades.

 

2. Uno para los otros

Tanto la fusión con la pareja como la empatía comunitaria son búsquedas interesantes, están presentes en muchas religiones, en el cristianismo, por ejemplo, la caridad significa desprenderse por el otro (el prójimo). Sin embargo, Midsommar parte de una imaginería pagana (con referencias murales a prácticas del medioevo) en donde la experiencia de lo común sólo parece posible en una práctica extrema, en una especie de secta que mantiene sus peculiares prácticas sacrificando a los extranjeros que no la comparten.

En la película hay una oposición muy evidente entre la sociedad contemporánea de la que forman parte los visitantes y la comunidad-secta entre el medioevo y el hippie folk. Visualmente la primera está representada con colores oscuros y espacios cerrados; la segunda es blanca, luminosa, con un sol que parece no esconderse nunca y espacios exteriores. Luz y oscuridad son polos extremos de una misma experiencia y tanto en los espacios oscuros como en los luminosos suceden cosas terribles.

Al poner el foco en la perspectiva de Dani y en su proceso de integración (o de conversión) vemos cómo se fusiona poco a poco con las demás mujeres, lleva sus mismos peinados, la visten de blanco, cocina con ellas y, en una escena muy reveladora, a través de las drogas[1], cree entender el sueco y comunicarse en él mientras baila en el ritual de coronación de la reina del verano. Dani, triunfante y coronada, tendrá que decidir a cuál de los integrantes de la comunidad sacrificar en el ritual final.
 

3. Yo soy un otro

Este ritual es terrible porque si bien representa un punto importante en el proceso de duelo de Dani, se trata también de una especie “de expiación” que anula al otro, como ese individualismo en el que se cancela lo opuesto, lo contrario. En la película este punto de vista además está representado en el interés de Christian de hacer de la comunidad su objeto de estudio, la observa desde afuera; el resto de los amigos mantienen la misma distancia (incluso faltan al respeto a los símbolos sagrados) y esto tiene consecuencias nefastas.

En el género del terror hay toda una tradición que utiliza elementos religiosos para explorar los modos en los que se manifiesta lo que se entiende por maldad y que a menudo es una metáfora de lo que nos perturba o de lo que nos parece desconocido. En ese sentido, Midsommar toma muchos elementos de la clásica The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), en donde se explora el choque de dos modos de ver distintos: el catolicismo y el paganismo. Así, la película contrapone la cultura de la gente de Summerisle en Inglaterra al puritanismo religioso del Sargento Howie para poner en evidencia el fanatismo de ambos extremos.

Si bien Midsommar no pretende explorar la relación entre cristianismo y paganismo, permite hacer una lectura de cómo -según la película- se experimentan las relaciones con los otros en lo privado (la pareja) y en lo público (lo “comunitario”). También en Hereditary (2018) hay un complejo proceso de duelo que deja susceptible a quien lo sufre de perder su identidad y erigirse sobre el egoísmo (el polo opuesto de la caridad o del amor). Midsommar con su protagonista presenta, ante el dolor del otro, una sonrisa entre el fuego que todo lo arrasa.

 

Título original: Midsommar. Dirección: Ari Aster. Guion: Ari Aster. Fotografía: Pawel Pogorzelski. Música: Bobby Krlic. Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Vilhelm Blomgren, Julia Ragnarsson, Anna Åström, Anki Larsson, Lars Väringer, Katarina Weidhagen van Hal, Isabelle Grill. País: Estados Unidos.  Año: 2019. Duración: 145 min.

 


[1] Curiosamente, las drogas también son una vía rápida para la disolución del ego.