Hojas de otoño: nadie quiere vivir sin amor

Como sus predecesoras, Hojas de otoño tiene la singular virtud de ofrecer una puesta en escena tan modesta e impasible que, aún bordeando la deshumanización, no alcanza a caer en ella. Es que los personajes del finlandés no carecen de corazón solo por ser callados, introvertidos y/o solitarios, representación de la gente de su país que, por cierto, trasciende su filmografía y nutre la percepción de Finlandia como destino inapropiado para hacer amigos. Pero el director ha sabido hacer la torpeza social su sello, construcción en la que se conjugan el hermetismo nórdico, el sentido del humor inexpresivo (‘deadpan’ en su término universal) y la crítica satírica hacia un sistema que succiona el espíritu de la clase trabajadora.

Que te despidan del trabajo. Que sufras de alcoholismo. Que pierdas la hoja con el contacto de la persona que te gusta. Que seas atropellado. Que el país vecino esté emprendiendo ataques bélicos. Situaciones objetivamente nefastas que justifican una reacción negativa en distintos niveles -reclamos, garabateo, temperamento del demonio, llanto, depresión, pensamientos suicidas- pero que, quizás, puede que no susciten reacción alguna. ¿Quién sabe? El modo de actuar del ser humano no está escrito en piedra. El sentido de la vida es el más grande enigma, un misterio que jamás conocerá respuesta final, empírica e irrefutable. Lo que nos rige, en vez, son convenciones que miden lo “normal” y lo que no. Cual ensayo filosófico, el cine de Aki Kaurismäki propone que existir es una cuestión anecdótica, de paso, que no merece la magnificación de nada. Lo que no quiere decir que no inspire la esperanza de un paseo agradable.

Como sus predecesoras, Hojas de otoño tiene la singular virtud de ofrecer una puesta en escena tan modesta e impasible que, aún bordeando la deshumanización, no alcanza a caer en ella. Es que los personajes del finlandés no carecen de corazón solo por ser callados, introvertidos y/o solitarios, representación de la gente de su país que, por cierto, trasciende su filmografía y nutre la percepción de Finlandia como destino inapropiado para hacer amigos. Pero el director ha sabido hacer la torpeza social su sello, construcción en la que se conjugan el hermetismo nórdico, el sentido del humor inexpresivo (‘deadpan’ en su término universal) y la crítica satírica hacia un sistema que succiona el espíritu de la clase trabajadora. 

El comentario social es clave para entender el accionar casi robótico en su universo. En Kaurismäki, a diferencia de Wes Anderson, por ejemplo, con su perfecta e imperturbable simetría y una sutilísima comedia deadpan, la receta se obstina en incluir el capitalismo como el determinante principal de esta monotonía que comparten sus fábulas proletarias. Cuando, por encima de esta homogeneización de carácter, los personajes se rebelan abrazando el deseo de sentir, es que su propuesta cobra sentido y se gana nuestro afecto. Esta ambivalencia, de motivarse a pesar del desaliento, da vida a un cine inesperadamente tierno, siendo Hojas de otoño una de sus expresiones más fieles a esta premisa, al igual que Nubes pasajeras (1996) o Al otro lado de la esperanza (2007).

Nada más ni nada menos que una historia de amor, la cinta se desnuda de cualquier otro ropaje que pueda entrometerse en ella, resultando en un minimalismo exacerbado, pero consciente. Si nos sentamos a verla, es exclusivamente para saber cómo es que Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen) se enamoran, decisión conmovedora por su sencillez y franqueza. Como Iris en La chica de la fábrica de fósforos (1990), Ansa es una mujer solitaria con un empleo tedioso que la reduce a una pieza más del engranaje. Aunque desprovistas de aspiración, ímpetu y pasiones que complementen en algo sus insípidas rutinas, ambas mantienen la silente ilusión de conocer a alguien en sus salidas nocturnas. Pero ahí termina la similitud. Aquí, Kaurismäki le permite a su heroína un horizonte cándido, casi como contra respuesta al infortunio de Iris en su cinta del año 1990.

Lo que le depara el destino a Ansa es un anti-galán alcohólico que comparte habitación con sus colegas obreros de la construcción y de inteligencia emocional nula. Desde que cruzan tímidas miradas, seguimos el desarrollo de un romance quizás insoportablemente austero si no se tiene paciencia, además de accidentado y divertido. Entre tanto, los dos sufren despidos de sus empleos, los bares presentan música en vivo (otro infaltable del realizador), Los muertos no mueren (2019) de Jim Jarmusch se cuela como panorama de cita, aparece un perrito sin hogar y los ataques de Rusia contra Ucrania se transmiten por la radio. 

La que llena el silencio con la radio es Ansa, y es la información sobre el conflicto una de las pocas señales que indican que el espacio temporal es contemporáneo; de lo contrario, fácilmente se podría asumir que el relato transcurre 30 años atrás. El autor, reacio a incorporar la tecnología diaria, hace uso de este escenario físico estancado en la línea de tiempo para despojar aún más la trama de suplementos y para enfatizar la ausencia de estímulos y del sentido de compañía de los protagonistas. Pero los objetivos predominantes son dos: la radioemisión de la guerra enmarca a Ansa y Holappa en un contexto hostil que, aunque no les esté afectando directamente, sí pone en perspectiva su lugar en el mundo que hasta entonces han desperdiciado y, por otra parte, que la mujer le dé al hombre su número de teléfono en un papel -que él pierde, poniendo en peligro el encontrarse otra vez- aporta tanto a lo cómico que es verlos cortejándose a la vieja escuela como al romanticismo de aquello. 

Hojas de otoño obtiene el Premio del Jurado del Festival de Cannes 2023 con argumentos. En su prístina simpleza, ausencia de acciones notorias y humor de sequedad desértica, toma el riesgo de colocar a una pareja de almas terriblemente banales en el tablero y hacerlos jugar al amor sin más herramienta que la determinación de echarle bencina a sus vidas vacías, despertando una dulzura que nos acaricia sin darnos cuenta. Ellos saben que en este viaje finito nada importa, pero cuando nada importa, tenemos la libertad de dotarle importancia a cualquier cosa. Así es que como Ansa y Holappa eligen su amor, contagiándonos del sentimiento en el proceso.